viernes , 29 marzo 2024
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Nueva lectura a “Crónica de un país bárbaro”

cronica de un pais barbaro

Hace 60 años, Fernando Jordán escribió una obra mítica para los chihuahuenses: Crónica de un país bárbaro. Aunque él prefirió llamarlo un libro de viaje, en realidad se trata de la primera historia general de Chihuahua que despierta un orgullo de pertenencia. Habla de libertad de espacio y ambiente, de la tierra y del clima que “imprime al hombre septentrional un sello: el de su fuerza; y una característica igualmente precisa: su voluntad”.

Por Antonio Pinedo

El Prólogo

La Crónica de un país bárbaro es memorable por muchas razones: es el primer libro de historia general de Chihuahua que abarca prácticamente toda su existencia; es el libro póstumo de su autor el  destacado periodista e historiador Fernando Jordán, y es el primer título que la Asociación Mexicana de Periodistas edita.  Es también, y no es su mérito menor, un libro que despierta en los chihuahuenses orgullo de pertenencia.

Ante mis ojos está la mítica primera edición, la que se dijo fue mutilada oficiosamente por un «intelectual orgánico» de los gobiernos priistas de los años cincuenta y sesenta, conocido como «El jorobado» Durán, a quien Jordán consideraba su amigo y llamaba cariñosamente Tino. Salió de la imprenta 15 meses después de terminado el original en una cabaña que a Jordán le parecía «una casa, una verdadera casa. Dentro de ella una chimenea y un calentón. Un estudio, un escritorio, libros, maquina de escribir, papel…».

Transparente, el antropólogo alumno de Kirchoff niega de entrada que sea un libro de historia, no obstante que en su bibliografía enumera no menos de 85 libros fundamentales para entender a este estado grande, el quiere creer, o por lo menos eso dice, que es un libro de viaje. Es ambas cosas un bello libro de viaje y un recorrido por la historia de estas tierras. Deja la última palabra al lector, pero el «obstinadamente (dice), tengo que repetir: este es un libro de viaje».

Un largo viaje que le llevo más de un año desde el invierno de 1953, hasta  los inicios del verano de 1955. Así  dice que empezó: «llené la capacidad máxima del jeep con toda la parafernalia de mis expediciones: desde el rifle hasta el espejo de señales; desde la cantimplora hasta la brújula; desde el sleeping-bag hasta el estuche de emergencias. Los mapas y libros completaron el equipo.» Tal ves tenga razón Jordán, así se inician los viajes…pero finalmente es un viaje al pasado, un viaje a la historia, un libro de historia.

Venía otra vez al norte, ya se había enamorado de Baja California y de Comondú, lugar donde algunos cuantos meses después, se quitaría la vida disparándose al corazón con un revolver Smith and Wesson magnun 44. Tenía sólo 36 años de edad.

El prólogo es lisonjero para los norteños, los últimos años, sus últimas expediciones, sus últimos reportajes, lo habían traído al septentrión:

«Mi predilección se explica fácilmente por la geografía, la antropogeografía (que podría acercarnos al racismo) y el gusto personal. En el norte y en el noroeste he podido ver cada mañana la curva amplia del horizonte: en el mar, en el desierto, o desde la cumbre de alguna montaña. La inmensa geografía de las regiones  septentrionales viene a la medida de mi  exigente claustrofobia. La bóveda húmeda de la selva me deprimía; la desnuda soledad de la llanura o la infinita superficie del mar me devuelven la seguridad. Aquí, ni el paisaje, ni la conformidad humana admiten límite; lo primero por cuestiones de distancias, lo segundo por razones de voluntad. No es idea mía, sino de la antropogeografía, el que la montaña, el desierto, o el mar, forjan voluntades independientes. Es esta otra afinidad que puedo confesar sin modestia:  la amplitud de los movimientos me gustan hasta en el uso de la ropa holgada. Esta libertad de espacio y de ambiente tiene consecuencias en la propia personalidad. El clima imprime al hombre septentrional un sello: el de su fuerza; y una característica igualmente precisa: su voluntad. Son exigencias de la tierra ye el medio». (p.10).

Como es posible que párrafos como los anteriores no hayan conquistado la simpatía del chihuahuenses, a todos nos gusta salir bien en la fotos y esta que hace Jordán no puede ser mas favorecedora.

Bien escrito, con bellas metáforas, el prólogo, encierra la clave de los trágicos acontecimientos que se acercan.

Jordán se confiesa. Da pistas que, sin ser un Sherlock Holmes, nos pueden llevar a los motivos últimos de su suicidio. Llegó a Chihuahua por una amplia y generosa beca del político chihuahuense Tomas Valles. Pero llegó sin plan preciso. Sabía que quería escribir un libro, pero aun no sabía de que tipo. Lo claro es que Valles le había dado los recursos para recorrer el Estado y de ese viaje escribir un texto. «Tracé el itinerario probable: primero el desierto, luego la llanura, finamente la montaña. Cuando terminara —pensaba—, estaría en mis manos el material para un libro. ¿Un libro de aventura? ¿Un libro de geografía? ¿Un libro de política o de sociología? No podía saberlo entonces».

Recorrió 20 mil kilómetros, la prolongada sequía de 10 años llegaba a su fin y el espíritu periodístico se asoma constantemente en el prólogo, con mucho una de las mejores partes de libro, por lo menos de las mas esclarecedoras sobre el propio autor: «En las riberas del Bravo, la miseria regional me situó ante la ignominia de la corrupción y la crueldad, (…) el problema de los candelilleros me hizo pensar en la ceguera de los gobernantes, (…) en el sadismo de los pequeños funcionarios, voraces, inmorales y torpes. (Una clave sobre su estado anímico y de su espíritu y probablemente de su retiro del oficio periodístico, solo una semanas después de terminado el libro). Mi desahogo fue la redacción de un artículo que la conveniencia o la discreción  juzgaron —en México— (en la revisa Impacto de Regino Pagés Llergo) impublicable  el envío de dos cartas de denuncia y protesta a sendos funcionaros amigos».

El escribir en primera persona permite conocerlo mejor, saber de sus ideas, de lo que lo indigna y hace enojar, por ejemplo: «Los veteranos de Cuchillo Parado me despertaron reflexiones sobre la ingratitud humana y la ingratitud de la Patria. Viejos revolucionarios, pioneros de la lucha; hambrientos, andrajosos, enfermos y olvidados; rumiando en el triste panorama del pueblo mimético, color de desierto, el recuerdo pesimista de la lucha y el presentimiento de otros tiempos peores; peores para ellos, cuya esperanza ha muerto».

Indiscreto y hasta tonto en cosas de amores, ya que al hablar —seguimos en el prólogo—, sobre sus amigos en Chihuahua, a ponderar la ambición de Vallina, la sensibilidad artística de Aarón Piña Mora o la rebeldía de Fuentes Saucedo, también  hace recuerdo «de la ternura y la compañía…». Esta confesión de amor extramarital, sólo se explica por un matrimonio ya deshecho o la decisión cercana de quitarse la vida. Tal vez Jordán sabía que no vería impreso Crónica de un país bárbaro.

Llama egoístas, egocéntricos y productivos a los menonitas; Juárez le parece desconcertante: «viciosa  artística, materialista y espiritual».

El recorrido del viaje lo termina en San Juanito, «el pueblo más frío de la República», fueron seis meses de viaje.

Nuevo dilema: «me hubiera resultado más simple y rápido aplicar a esta obra la misma técnica de libros anteriores (…). Pero, hacer esto, hubiera sido injusto e inadecuado para Chihuahua. El Estado moderno no es sino la fase intermedia de una larga evolución histórica. Chihuahua está moldeada por los hechos pasados, más que por las condiciones actuales (aquí Eric Hobsbawm, lo podría regañar y decirle que la historia es un continuo entre pasado, presente  y futuro).»

Aun cuando su viaje es en el tiempo y ello lo situaría como un libro de historia, Jordán insiste: «Algunos querrán llamar historia a esta «Crónica de un país bárbaro». Me disgusta discutir, pero tendré que afirmar que no lo es. Entre aquel tipo de obras y esta mía hay una diferencia fundamental: el sentido e intención con que está escrita». Hasta aquí habrá que darle una buena parte de la razón al antropólogo metido a periodista… e historiador. Pero, como el mismo lo dice: «La precisión en las fechas, la seguridad bibliográfica en las citas, la concatenación de los hechos y la prosecución paulatina y ligada de la evolución histórica, podrían servir para clasificar falsamente a este libro como una historia. No lo es porque no es obra de un historiador (endeble razonamiento). Entre La historia que escribe un historiador y la que hace un escritor, la diferencia es tanta como la que hay entre la biografía y la autobiografía (otro razonamiento endeble).

Es claro que Jordán no tenía una formación de historiador, aun cuando sus trabajos podrían serlo, lo que indudablemente posee es una metodología de investigación que le permitía incursionar en las ciencias sociales y la historia lo es, con solvencia. Por lo anterior resbala cuando trata de justificar:

«El historiador es  investigador del pasado; el escritor es un cronista del momento actual. Si ambos tratan la historia, el primero busca una relación, el segundo una conclusión. El historiador debe ser neutral; el escritor no puede serlo. Parte de su tarea es una interpretación a la que no debe negarse cierta subjetividad». (p. 16).

El párrafo anterior debe ser visto a la luz de lo que se entendía por historia a mediados del siglo XX en nuestro país, el autor tal vez ahora nos podría parecer un ortodoxo y rayando en el positivismo,  lo cual es falso y queda claro a lo largo de toda la obra. Pero es esclarecedor en su contumacia de llamar a su obra libro de viaje.

El estado de animo del Jordán en marzo de 1955, cuando concluye con el prólogo su obra sobre Chihuahua, nos lleva a pensar que pasaba por uno de sus frecuentes estados depresivos:

«El pueblo de México, mi pueblo, padece hoy de indiferencia, de abulia, de desinterés… acaso de desesperanza. La opinión pública es un mito (esta opinión venida de un periodista, habla de gran desanimo, de fracaso), el sentido político no existe, el interés por la Nación no se encuentra ni en los textos de civismo para uso de los alumnos. El repetido fatalismo del mexicano se proyecta al futuro, a la vez tiene un efecto retroactivo y sobre todo, actual. El escritor mexicano, podría cooperar aún más a adormecer o a fortalecer ese complejo nacional. Podría hacerlo a base de novelas, de cuentos, a base de relatos de aventuras. Sería inclusive más fácil y de mejor provecho económico el disminuirse un poco para hilvanar novelas “rosa” o fabricar patológicos argumentos de historieta (única “literatura” que llega a las masas)». (pp.16-17)

En su alegato sobre el papel del escritor se trasluce el desaliento, párrafos anteriores habla de su frustración sobre la imposibilidad de denunciar la triste realidad de los candelilleros. La realidad presente lo abruma y se refugia en el pasado y justifica el que su visión sobre Chihuahua y los chihuahuenses sea una hermosa foro con retoque. Critica al obispo (Joseph) Schalarman, «que nos ha dejado en un libro muy difundido en México (por cierto biblia de la historia de México en los cursos de capacitación del PAN, hoy, hoy, hoy,) [(Tierra de Volcanes)] un cuadro sucio y asquerosos de la Patria».

Ante lo hecho por el obispo el antepone «cantar a la Patria sin estridencias, hablar con un ajuste lo más preciso a la verdad».

Como periodista que era, seguramente manejaba la muletilla del oficio de «cubrirse a blancas» y Jordán se «cubre a blancas» cuando confiesa:

«El lector podrá mi habilidad mal intencionada o mi cobardía: la Revolución. No escapará a quien juzgue esta  crónica, que faltan en ella las páginas sobre la lucha que desgarró al país y abonó con cadáveres la esperanza. Las he dejado en blanco, a pesar de que pienso, —como lector—, que un libro sobre Chihuahua debe hablar, obligadamente, de esa época turbulenta y soberbia. He saltado con el mayor descaro medio siglo, después de haberme entretenido en ir ligando año con año todos los hechos de la evolución chihuahuense.

«Este hueco, quiero advertirlo, no lo he dejado por cobardía ni por comodidad. Simplemente por que no soy un historiador (endeble otra vez don Fernando). La verdad sobre la revolución será el fruto de una investigación histórica que no está terminada, y esa investigación no corresponde a mi tarea». (p.18).

El prólogo es toda una pieza, es evidencia de primera mano, de la época, de la censura y probablemente de su muerte. Evidencia clara. Jordán no escribe sobre la revolución, su espíritu de periodista se impone  constantemente, porque el libro es originado en «una beca personal, tan espontánea como amplia» que le dio Tomás Valles, hombre de los que hicieron su fortuna en los tiempos de la revolución y más probablemente luego del crimen de Pancho Villa en Parral.

Hablar de la Revolución Mexicana en los años cincuenta en nuestra entidad, era entrar a campo minado, muchos demasiados personajes seguían con vida, no los hombres de la revolución heroica de 1910, que andrajosos y desesperanzados los encontró Jordán en Cuchillo Parado, sino los «revolucionarios» que medraron en las revueltas de la segunda y tercera década del siglo XX. Los que llegaron a gobernadores y a capos del narcotráfico.

Pero bueno chihuahuense que soy no puedo mas que agradecer el excelente párrafo con el que termina el prólogo, que por cierto no es de él sino de una amiga de Baja California:

«La palabra bárbaro en el nombre, de su libro, no tiene para mi un sentido peyorativo. ¡Cómo quisiera que llamaran a Baja California La Bárbara! (lo cual no será posible porque siempre será demasiado tierna). Para mi, bárbaro es sinónimo de fuerza y de voluntad… de un supremo e invencible anhelo por la libertad…» (p.21)

Después de la estancia en San Juanito, deja el periodismo decepcionado, trata de construir un rancho en San Juan de la Costa, al norte de La Paz, Baja California y noventa días después es encontrado en su querido Comondú, con un balazo de calibre 44 en el corazón, el arma le había sido regalada en la sierra de Chihuahua, en donde pudo haber tomado la trágica decisión. Pero esa es otra historia, lo que aquí tratamos de hacer es un análisis de su obra póstuma.

El Libro

Hayden White, (Meta historia) aprobaría desde su primer párrafo Crónica de un país bárbaro, don Luis González y González (El Oficio de historiar), vería con agrado que Jordán suelta a «la loca de la casa», a esa imaginación que los académicos dudan en liberar.

Nunca, nadie, ningún historiador o escritor de libros de viaje, como por cierto fue el griego Herodoto, se han ocupado con mayor fuerza de Estebanico, el moro que acompañó a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en su vagar de once años por el norte de México. Jordán lo convierte en personaje central de la aventura y lo emparenta con la novela picaresca. Rescata a este negro para la historia con ayuda de la «loca» que González y González ayuda a dejar libre. Esteban, el moro, es el excelente pretexto para hablar de los viajeros que llegaron a estas tierras. Siempre bien escrito, siempre con bellas metáforas. Pero todo ello a partir de la lectura de por lo menos diez obras, que enumeradas aparecen al final de las notas a este primer capitulo. Entonces hay rigor de historiador e imaginación de escritor, la combinación poco usual, pero más que recomendable.

El segundo capítulo, la expedición de Ibarra. El libro es como una novela, por su amenidad, pero clara en la intención, hay critica de los documentos, las preguntas a los hechos son las pertinentes: «El pequeño Ibarra es sobrino de Diego, aquel que en compañía de Cristóbal de Oñate llegara a Zacatecas, y para más, yerno del virrey que se ha ido al Perú. ¿Serían estas las razones de la elección? Buena pregunta sobre todo si consideramos que Francisco de Ibarra tiene 16 años de edad.

Sigue la aventura de Francisco de Ibarra, paso a paso, con un estilo literario amable, ágil, grato. Sobre las habilidades del adelantado dice. «Ibarra pone en práctica una moderna técnica de expedición. Sus hombres no marcharán en conjunto, ni acamparán reunidos. El cuerpo va dividido en doce unidades, cada una de cinco hombres, que transportan sus propias vituallas, cuidan de sus respectivas bestias, y cuentan con un cocinero y un sirviente para ocuparse de sus necesidades. En esta forma, el acampar y el comer no son problema, y la movilización es siempre rápida.»

Bellamente contada la épica de Ibarra, quien a los 36 años muere de tuberculosis, por los veinte años entregado a las empresas de poblamiento más que de conquista en el norte de la Nueva España.

Sin estridencias, con naturalidad pasa de Ibarra a rodrigo del Rió y la fundación de Santa Bárbara. La loca de la casa se suelta, pero se agradece y nos acerca «a lo que realmente sucedió», dice Jordán en su tercer capitulo:

«Durante las horas de soledad,  compartiendo con los soldados amigos un poco de vinillo que han empezado a producir los viñedos de la misión, Fray Agustín charla. Charla y escucha, los soldados le cuenta historias fantásticas cada vez que vuelven de un recorrido; historias extraordinarias que han creído ver o han creído entender entre os indios salvajes de río abajo.  Y Fray Agustín, que también ha leído los cuentos truculentos de Cabeza de vaca, se queda soñando por las noches, sitio en su camastro de célibe; soñando en que al norte, «Más allá de la gobernación de don Diego», como ha dicho el soldado, le espera el reino de los tejedores de telas que la abundancia adorna con placas de oro y deslumbrantes turquesas.»  (p.45).

Se deja ver su formación periodística en lo atractivo del nombre de sus capítulos, como es el caso del IV: «Una expedición en subasta». Son las postrimerías del siglo de Felipe II, la subasta es sabido la gana Oñate, el zacatecano de las controversiales estatuas ecuestres tanto en Juárez como en El Paso, en donde un «4 de mayo de 1598. Oñate cruza el río por donde se levantará el paso del Norte, y pone píe en las tierras de su dominio».

Así pasa la crónica, ligera en su lectura, fácil en su comprensión. Nuevo México es el país de los indios. Regresa a la sierra Tarahumara a Chínipas y Guazapares especialmente y sus luchas con los aguerridos habitantes de las actuales zonas yaqui. Al regresar a la provincia de Santa Bárbara, Jordán crea una venturosa figura, llama a Chihuahua país en embrión. Santa bárbara pierde importancia ante el descubrimiento de las ricas vetas de San José del Parral, en un solo año 400 denuncios de minas así es el auge, así es la fundación de Chihuahua como entidad, en la realidad, no en las formas, esas serán otras.

Con el mismo lirismo, para nada desprovisto de rigor histórico habla de la rebelión de esclavos: «Los tobosos empezaron la revuelta. En 1644 se le ve abandonar las misiones de Atotonilco y San Bartolomé, para regresar a su desierto, a sus espacios todo horizonte».

Tepóraca merece capítulo aparte: «Tepóraca es delgado y pequeño. Tiene la cara cetrina, desteñida por la rabia que lo invade desde pequeño. Posee la palabra de un iluminado. Sus mismas víctimas hablan asombradas del poder seductor de sus discursos y de la fuerza de su retórica», el párrafo me gusta y mas me gustaría saber de sus fuentes, poderlas consultar, es que hay ocasiones en como el historiador debe ser como Santo Tomás, ver para creer, pero sin embargo el  texto se agradece, podría ser cierto aun cuando los tarahumaras ahora es difícil encontrarlos delgados, más bien son chaparrones y forzudos, delgados, pero musculosos… en fin.

Así en esos tono llega hasta las orillas del Río Bravo un día del año de 1659,  e estas tierras llegan Fray García de san Francisco y Zúñiga y Francisco de Salazar. Y se cuenta la lucha por colonizar, por asentar, por convertir en agricultores a los habitantes de estas tierras.

La gran sublevación de los indios de Nuevo México, es relatada  como un cuento, también se extraña los pies de nota, aun cuando la bibliografía final, habla de solvencia en las fuentes. Igual la rebelión de los mansos.

Regresa a Tepóraca «el caudillo insolente», su oposición a la labor de los jesuitas, que viene a agredir su ancestral cultura. Fracasa Tepóraca, todos lo sabemos: «nadie en la sierra volvió a tenerle confianza (al diablo). Lo que sucedió 30 años después, fue sólo un brote esporádico y aislado de sublevación, una válvula de escape rota por el descontento. Cuando termina el siglo XVII, la Tarahumara ha perdido ya todos sus caudillos y sus alianzas con el diablo. Se ha iniciado en la Sierra Madre la era de Dios», aquí si hay una nota y es don Francisco Almada, el campeón de las faltas de nota el referente.

Bello todo el libro, sugerentes los nombres de sus capítulos: «La montaña de plata», cuando hace referencia a Vázquez del Mercado y el encuentro con la montaña de hierro; «Un imperio en peligro», sobre la improbable frontera del Imperio español, y el dominio real de los apaches, comanches y lipanes, en amplias regiones de Tierra Adentro. Los intentos por hacer realidad al imaginario imperio, por imponer en el desértico norte la soberanía de los borbones, que con sus reformas, inician una revolución, que sólo en la larga duración es apreciada en el continente, y que Jordán, no obstante su amplia visión no ve, ya que esta en la mitad del siglo XX mexicano.

La creación de la frontera real, con los presidios y la frontera imaginaria, muchos kilómetros adentro y ¡ay Chihuahua…cuanto apache¡, como dice en su capítulo 17, ya que son especialmente los aguerridos miembros de esta etnia, quienes inciden en la historia de nuestra entidad y Jordán les demuestra admiración y respeto, como a los mexicanos nos gusta tratar a los indios muertos, con admiración y respeto. Y nos cuenta de Oconor (sic) y de Gálvez y de la mejor solución para la paz, que es comprarla, es mas barato que la guerra.

Uno de los capítulos mejor logrados es el XIII, que con el título de: «Una lección de geopolítica», desmenuza los informes de Bernardo de Gálvez, cuando a finales del siglo XVIII el imperio quiere resolver los graves problemas que tiene en su frontera norte. Aquí Jordán logra un excelente retrato de la situación a partir de dichos informes, que reflejan al español comp. Un auténtico Machiavello, dice el autor: «… es error persuadirse de que las armas de fuego manejadas por los indios nos hagan mayores daños que el arco y la flecha. Nadie ignora la agilidad y certeza con que sin intermisión  las despiden, la fuerza y poder de esta arma, los estragos que causa, y que los indios se proveen de ella en cualquier parte sin necesidad de fabricas ni repuestos». En cambio «las armas de fuego exigen mucho esmero para conservarlas en útil estado, continuo ejercicio para adquirir su diestro manejo, tempo para conocerlas, y proporciones para recomponer y reponer las que se lastimen e inutilicen (…). Los fusiles de cambalache deben ser largos, porque así los aprecian los indios, y así vendrán, con cañones, cajas y llaves endebles sin el más fino temple, y con adornos superficiales que lisonjean la vista de los ignorantes», así se las gastaba don Bernardo.

Es también Gálvez quien finalmente propone la forma de acabar la guerra apache:  «Eran “seis mil gandules”, al decir del censo formado por Ugarte. Mantenerlos costaba 23,000 pesos anuales, suma no pequeña cuya mayor parte correspondía pagara a Chihuahua, pero, hechas las cuentas, esa tregua de paz resultaba barata. “Menos gastaría el rey…» había dicho don Bernardo de Gálvez».

«El fusilamiento de la luz», el título es poesía pura, de hecho Fernando Jordán ganó unos juegos florales en Baja California, con su poema Calafia, el capitulo se refiere a la detención y juicio de Miguel Hidalgo en la ciudad de Chihuahua, el tono es laudatorio para los paisanos aun en este episodio, pero la verdad a Jordán le sale muy bien. Después del triunfo de guerra insurgente, nace «El Estado solitario», como llama al capitulo 21, en donde refleja la lejanía en todos los sentidos que Chihuahua mantiene con el Centro, allá las luchas intestinas los cuartelazos por el poder y marcar el rumbo del país, acá la lucha con los apaches, la necesidad de la sobrevivencia.

«Las tres derrotas»: Temascalitos, Sacramento y Santa Rosalía, por supuesto ante las tropa de Doniphan, guiadas por Santiago Kirke, aquel es regidor de la ciudad de Chihuahua, que se distinguió como cazador de cabezas. Hasta la derrota ante los invasores norteamericanos es tratada por Jordán con arte y «salva» el orgullo de los paisanos.

«Río Revuelto» llama al periodo posterior a la derrota y cercenación del territorio nacional a manos de los vecinos norteños, es el periodo de la rebatinga, cuando por ejemplo Ángel Trías empieza a perder su fortuna y esta empieza a pasar a manos de  Luis Terrazas o mejor dicho el primero empieza a dejar de ser el hombre fuerte económica y políticamente de Chihuahua y el segundo lo sustituye. E este periodo lo llama «El gran cacique», es la época en que Juárez se refugia en el desierto y las difíciles relaciones del presidente peregrino con el pragmático terrateniente.

«La muerte de los apaches», los líricos episodios, de la lucha de los campañeros de  Joaquín Terrazas a quien Jordán no podría retratar de manera más favorable:

 «Hay un único retrato, y corresponde a su vejez. Sirve, sin embargo para dibujar dos o tres trazos esenciales del hombre. Delgado, nervudo, con la piel reseca de sol y polvo pegada a los huecos; cara triangular, frente amplia, ojos pequeños. La mirada es dura, ceñuda; diríase de águila. Bajo el bigote hirsuto una boca de labios delgados, rasgos de hombre de acción; y por encima, una nariz pesada, signo de generosidad. Tal vez no era muy alto, y tenía seguramente las piernas delgadas, fuertes para apretar los flancos de un caballo, resistentes para sus increíbles caminatas a pie.» (p.275)

Cuantas cosas puede decir una foto, a un ojo observador, a un historiador acucioso, a un hombre que suelta a la «loca de la casa».

Por supuesto el episodio de Jú acorralando y quemando vivo a Mata Ortiz, es  más que legendario y conocido.  La derrota de Jerónimo y finamente la muerte discreta en 1901 de Joaquín dan fin a este capitulo.

«La Rebelión de los Santos» nos  habla de los hombres del Meridiano 107 de Chihuahua, de la Longitud de la guerra, de los hombres guerreros siempre. De los tomochitecos y su lucha, revestida de reclamos de tipo religioso pero en el fondo la injusticia social.

Trata con simpatía a Miguel Ahumada, el gobernador enviado por Porfirio Díaz, para aplacar a las elites políticas que se peleaban por el poder, trae un arbitro para acabar las luchas. Es el hombre que «las bases del Estado  moderno».

Jordán lo confesó todo en el prólogo, no podemos llamarnos  engañados.  Y de alguna manera termina en la página 315 su libro de historia.

«”El horrible despertar” fue el 20 de noviembre de 1910. ese día en san isidro, se encendió una hoguera dela Revolución, aquí con más fuerza que en ninguna otra parte del país, los hombres de Tomochi y de toda la longitud de Guerra, tomaron otra vez las armas y abandonaron mujeres y la tierra. Poco después Pascual Orozco bajaba de la montaña con la antorcha en la mano, para unirla a las otras que corrían por la llanura y el desierto, iluminando la humana esperanza de libertad y justicia».

Después viene un retrato del Chihuahua moderno, el de 1955.

Retrato con retoque, retrato bello, de esos que uno escoge para poner en la sala. La Crónica de un país bárbaro, es un libro memorable, el fotógrafo nos hace vernos bien, pero ¿qué tiene de malo verse bien, lucir bien?

Crónica de un país bárbaro
Fernando Jordán
Ediciones AMP, 1956, 494 p.
México DF

* ANTONIO PINEDO es uno de los periodistas más importantes del norte de México. En 1989 fundó la revista Semanario, la más importante del estado de Chihuahua. También dirige Meridiano 107 Editores, especializada en  libros sobre historia y literatura regional.

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