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Los infinitos de Aurora Reyes

El editor y poeta Rubén Mejía recorre los pasos de Margarita Aguilar para la creación de una obra monumental: Aurora Reyes. Alma de montaña, a partir de la publicación en Pro-Logos, suplemento cultural del desaparecido periódico Novedades de Chihuahua.

Por Rubén Mejía

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Todo creador encuentra en algún momento a su lector fraterno –«mon frère!, mi hermano», como diría el poeta Baudelaire– y a los críticos esenciales de su obra. El autor, el lector y el crítico crean una fraternidad en espíritu y corazón que va integrándose a lo largo del tiempo, un tiempo tal vez imaginario, pero igual en importancia al llamado tiempo real. En su vertiente poética, este posible tiempo imaginario, ha permitido, por ejemplo, la comunión de tres escritores clásicos entre la antigüedad y la edad media: Homero, Virgilio y Dante, cuyos grandes poemas narrativos tienen un juego de correspondencias culturales, lingüísticas y literarias esenciales para la evolución de las lenguas y las sociedades de occidente.

Hay una continuidad creativa en la plasticidad del tiempo, una onda espiritual que enlaza en un instante, como extraído del tiempo, a creadores, lectores y nuevos creadores. Son conexiones de fondo extendidas como una fuerza originaria, una energía mental que no se crea ni se destruye, sólo se transforma, de acuerdo a los análisis y a las nuevas interpretaciones de las obras clave en el desarrollo de las culturas.

La voz-imagen de la poetisa y pintora chihuahuense Aurora Reyes se revitaliza en la investigación detallada e inteligente de Margarita Aguilar. La relación entre Aurora y Margarita forma un tiempo narrativo y crítico, pues la poetisa-pintora nace en 1908 y la escritora termina su historia biográfica alrededor de un siglo después, en 2008, como el trazo sensible de un ciclo virtuoso.

De tal modo, se crean los vasos comunicantes, como diría Harold Bloom, las líneas en el tiempo, entre pasado y presente, prolongables en futuras voces críticas sobre la obra de la artista chihuahuense, voces que tendrán siempre como un punto de partida, una piedra de toque, el hermoso libro Aurora Reyes. Alma de Montaña, de Margarita Aguilar.

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La obra plástica y poética de Aurora Reyes comenzó a conocerse o a reconocerse en Chihuahua en los años ochenta, pocos meses después de su muerte. En la introducción de su libro, Margarita rememora aspectos de aquella época de la cultura en Chihuahua, cuando descubrió a Aurora y se despertó en ella la pasión por su poesía y su pintura.

En la década de los ochenta hubo importantes movimientos culturales en la literatura, el teatro, el periodismo cultural y en diversas áreas artísticas en las ciudades de Chihuahua y Juárez. Así, una media docena de grupos, sobre todo independientes, creamos el suplemento literario y cultural «Pro-Logos», en Novedades de Chihuahua, un periódico ya desaparecido. «Pro-Logos» fue un espacio periodístico plural que a lo largo de más de cuatro años dio cabida y expresión a los grupos «Letras al margen», «Taller Literario del Inba», «Seminario de Cultura», a la agrupación de mujeres «Desexiliando» y a otras muchas voces independientes. El taller literario del Inba estaba representado por su coordinador Mario Arras –cuya labor cultural, por cierto, ha sido justamente reconocida hace unos días por el Congreso del Estado– y por su alumna más aventajada: Margarita Aguilar.

A partir de las páginas de «Pro-Logos», donde publicamos poemas y dibujos de Aurora Reyes, acompañados de breves comentarios críticos, Margarita comenzó un análisis de su poética y una investigación sobre la importancia de su pintura dentro del muralismo mexicano, dando inicio a una larga reflexión en torno a la mujer inserta en un medio social y cultural en proceso de transformación, pero todavía lleno de prejuicios hacia la condición femenina, o más específicamente, contrario y hostil respecto a las capacidades intelectuales de la mujer.

Entre Aurora y Margarita ha habido un diálogo íntimo y creativo durante más de veinte años, ahora cristalizado en este volumen poético e iconográfico, publicado por el Ichiult, con la dirección editorial de Gisela Franco y el diseño de Luis Carlos Salcido. La autora intenta explorar todas las aristas de este ser singular y va en busca de la mujer, del ser humano, de la madre, y no únicamente de la pintora, poetisa y activista social, «hija de la revolución» y de los movimientos sociales de su época.

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Los ideales posrevolucionarios presentes en los primeros poemas de Aurora, no menoscabaron finalmente su estética natural ni la expresión de sus hondas raíces primigenias. En su orientación poética, predominó más que una base ideológica, el impulso primario de su naturaleza. Así se percibía a sí misma: «Yo soy completamente primitiva y salvaje. Amo por encima de todo la libertad». Y Margarita Aguilar redondea estas ideas: «Su obra literaria –nos dice– comienza como una búsqueda a través de la definición de la realidad histórica y social del país, pero poco a poco avanza hacia los rumbos de una recuperación de lo primitivo…»

El origen, es decir, lo primitivo, se concentra en su poesía en dos elementos esenciales que, para los antiguos, constituían al universo: la tierra y la energía del aire. Ese viento que, escribe Margarita, «es la fuerza colérica que dinamiza todos los elementos en un auténtico caos del cual debe surgir la vida». Y basándose en las poéticas de Gastón Bachelard, agrega: «Es el viento de la cólera y la creación».

De tal manera, el pensamiento romántico de Aurora, térreo y a la vez aéreo, nos remite al bello e inquietante mito mexicano de Quetzalcóatl, «la serpiente emplumada», que se desplaza con igual libertad por ambos elementos: se arrastra ondulando por la tierra y abre su plumaje para elevarse por los aires, en una conversión de la materia como ascensión del espíritu.

La naturaleza de la poesía de Aurora no es excéntrica, hacia afuera, sino concéntrica, volcada a los abismos y a los cielos interiores. Es una espiral en constante retorno, como reza el título de su poesía reunida. La contribución fundamental de su poética es su pensamiento sobre lo infinito, o más bien, sobre los cuatro Infinitos, como los puntos cardinales o los cuatro elementos de la naturaleza.  Tales infinitos no corresponden a un tiempo-espacio interminable, o a un cosmos en permanente expansión, sino remiten, esencialmente, a la primera matriz, al principio natural generador de vida, a la madre que no deja de concebirnos.

El desierto norteño y sus ambientes áridos, parte de su origen y de su primera infancia, significan su primer infinito. Aurora escribe:

Adelgaza la luz su transparencia…
Gira el desierto cegado…
en magnético mar espiral…

Y los orígenes profundos del desierto, «el magnético mar espiral», es la representación de su segundo infinito. «El mar en su infinitud -escribe Margarita Aguilar- encierra la vida y la muerte, el amor inmenso, la soledad sin límites y, por último, la eternidad que es al final del sueño, la verdadera paz».

El tercer infinito de Aurora es «encarnado» (entre comillas) por la diosa azteca Coatlicue. Diosa que integra símbolos de muerte y vida, diosa que nos crea y nos detruye, amorosa y terrible a la vez, con su falda sensual hecha de serpientes, Coatlicue es una de las figuras más polémicas de nuestra cultura. No obstante, simboliza en esencia al principio creador universal. Es la conquista del infinito y la voz profunda de la tierra, el canto original de la madre que permanece como una guía en cada uno de nosotros.

El poeta Rubén Bonifaz Nuño traza una línea en el tiempo que enlaza a esta figura del México antiguo con la teoría más aceptada por la física moderna sobre la creación del universo. Nos dice acerca de Coatlicue: «Es el monumento fundamental de la creación de la cultura mexicana… La representación de la materia reducida a la infinita condensación de la masa a una temperatura infinita. En tales condiciones, la materia tuvo que explotar, dando principio la creación del universo».

Tales palabras no son de un físico cuántico, sino de uno de los grandes conocedores de los mundos clásicos, el grecolatino y el mexicano. Bonifaz Nuño hace la conexión de uno de nuestros mitos primordiales con otro mito, quizás el mayor de la ciencia moderna: la gran explosión, el big bang, el inicio del cosmos. Una idea que integra lo moderno con lo antiguo, la mitología y la ciencia, relación que habría fascinado, sin duda, la mente imaginativa de Aurora Reyes.

Los infinitos son fuerzas que fluyen, se diseminan y hacen conexión entre sí, pero todos terminan en las fuentes, en el retorno de la espiral hacia los orígenes que son lo reales infinitos.

El cuarto y último en la cosmogonía de Aurora es, precisamente, la muerte, un final que no es el fin, sino la unificación del Todo con el Uno, el absoluto con la unidad primigenia. Escribe Aurora:

Todo lo abarcaré, lo seré todoen espacio sin tiempo y sin delirio
encontraré la luz frente por frente
contemplaré los ojos del principio,

Es la travesía por los caminos de la muerte, de su propia muerte, lo imposible vuelto posible, o poesible, su epifanía, la revelación final del amor en la fundición total de los amantes. Escribe:

daré vuelta completa al imposible
y en el todo… seré uno contigo.

De tal modo, presenciamos a través de su palabra poética el término de una larga noche y el comienzo de una nueva Aurora. 

* * * *

En su presentación del libro, el ensayista Alberto Hijar hace una descripción somera de la forma biografía. Alude a la narración biográfica de Jean Paul Sartre sobre Gustav Flaubert y a las largas biografías de Paco Ignacio Taibo II, para llegar a una idea central de su concepción sobre este género. Nos dice: «La forma biografía exige eludir la exaltación individualista a cambio de dar a entender la concreción de la época en una clase social, un grupo y una tendencia ideológica».

Margarita no hace una exaltación, menos un culto, de la personalidad de Aurora, pero tampoco traslada su historia humana a un segundo plano, no la sacrifica en aras de hablar de las tendencias ideológicas o de los movimientos políticos de su tiempo. Antepone siempre al ser humano, a la mujer, a la madre. En la interpretación de sus versos o de sus trazos pictóricos, y no sólo en sus datos biográficos, busca siempre algún ángulo para enfocar a la persona y al ser humano que vive y enfrenta, a fondo, su drama existencial.

La expresión del drama personal de la artista se revela como una fuerza explosiva en el mural «Atentado a las maestras rurales», pintado en 1936, y cuyo primer título era «La maestra asesinada». El gran fresco describe a una mujer que es arrastrada por los cabellos por un hombre, en tanto es golpeada en la boca por otro con una culata de fusil. Los rostros de ambos hombres quedan ocultos por su misma acción violenta y la escena es observada por dos niños y una niña, siendo ésta la única que se atreve a mirar el acto lleno de crueldad y bajeza humana. Entre tonos ocres y rojizos, este mural es uno de las más expresivos y devastadores de la rebelión estética que significó el movimiento muralista mexicano.

Los tiempos lejanos suelen tocan a través de ciertas imágenes suspendidas, precisamente, en el tiempo. La escena, pintada por Aurora hace 75 años, pareciera salirse de su muro, de su fijeza, para reproducirse, y hacerlo más crudamente, en cualquier calle, en cualquier plaza, en cualquier gobierno, para ponerse en acción y multiplicarse aquí y ahora, en este momento o a unos cuantos metros de aquí. Representa una maestra rural de los años treinta, pero también encarna a Marisela, a Rubí, a cada una de las madres, las dolorosas, que han agregado un clavo a esa cruz de clavos que semeja otro infinito. Es una imagen descarnada en esta época de violencia, en el infratiempo que vivimos.

Finalmente, Margarita Aguilar ha dicho que de no haber sido por los textos de Aurora Reyes que publiqué un distante domingo en «Pro-Logos», tal vez nunca habría conocido a la artista parralense. Acepto el halago, pero difiero: Margarita habría descubierto en otras circunstancias a Aurora, pues ya era parte de su destino literario. Y si en abril 1987 le hicimos un presente, hoy nos retribuye ese mismo regalo, pero multiplicado por mil, en «Aurora Reyes. Alma de montaña». Lo cual agradezco infinitamente.

[rubén mejía]

(Texto leído el 1 de octubre en la Feria del Libro Chihuahua 2011).

(Margarita Aguilar Urbán, Aurora Reyes. Alma de montaña. Instituto Chihuahuense de la Cultura. Chihuahua, México, 2011, 194 p.)

El eBook de la obra puede descargarse aquí, por cortesía de su autora:

Aurora Reyes. Alma de Montaña

Una reseña de José Pérez-Espino puede leerse aquí:

El mejor libro de 2011: Aurora Reyes. Alma de Montaña, de Margarita Aguilar

* El libro fue presentado el viernes 24 de febrero de 2012 en la Feria Internacional del Libro de Palacio de Minería, en la Sala Bernardo Quintana, en la Ciudad de México. Participaron Alberto Híjar Serrano, Roberto López Moreno y la autora.

Trayectoria de la cultura en México (Aurora Reyes, 1962). Mural al temple. Auditorio 15 de mayo del SNTE. (Foto: David Herrera Piña).

El primer encuentro (Aurora Reyes, 1978). Mural al temple. Salón de Cabildos de la Delegación Coyoacán. (Foto: David Herrera Piña).

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