miércoles , 24 abril 2024
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Las fronteras de la “narcocultura”

Hasta 1980, las palabras “narco” o “cártel” significaban algo demasiado vago. Hoy, sin embargo, forman parte del lenguaje común, y lo mismo en México que en Colombia, Estados Unidos o Argentina, la terminología emerge como signo de los tiempos: es el lenguaje de un fenómeno instalado como cultura en muchas sociedades del hemisferio. Esta es una provocación que llama al debate sin rodeos. ¿Puede hablarse de que la narcocultura se encamina, como fenómeno social, hacia una legitimización? La  reflexión sobre un tema largamente soslayado por la academia mexicana, encuentra aquí un punto de partida.

Por Lilian Paola Ovalle

El narcotráfico, de una u otra forma va estableciendo pautas definidas de interacción social entre los diferentes actores; y es a partir de dichas manifestaciones que autores como Valenzuela (2002), Restrepo (2001) y Córdoba (2002) plantean la  existencia de una cultura del narcotráfico o una “narcocultura”. En este sentido, el presente artículo explora las implicaciones prácticas de hablar de una cultura del narcotráfico y propone un ejercicio interpretativo de dicha cultura a través de dos categorías analíticas.

Para cumplir con el  propósito del texto, este es dividido en varios subtemas que aunque evidentemente no agotan el tema, si ubican la reflexión que debe darse desde las ciencias sociales en aras de descifrar las transformaciones sociales y culturales que el narcotráfico ha generado en las sociedades de algunas regiones de Latinoamérica. En el primer apartado se realiza una presentación del fenómeno del narcotráfico entendiéndolo como una red transnacional para la cual las rígidas fronteras nacionales parecen inexistentes. A continuación se da paso a la argumentación que justifica el planteamiento en pro de la existencia de una “narcocultura” y se identifican los aportes de dos teorías relacionadas con la interpretación de las culturas: las representaciones sociales y los frentes culturales. Finalmente, se exploran los mensajes que circulan por los medios de comunicación y que constituyen objetivaciones y anclajes de la “narcocultura”

Como se podrá observar, la estructura del presente documento va hilando algunas de las piezas del rompecabezas que constituye el narcotráfico en el mundo cultural de muchas localidades que  vienen siendo epicentro de este fenómeno. La relevancia social del tema propuesto es indudable; los efectos económicos, políticos y sociales del narcotráfico en la marcha de muchos países  han sido  enormes y difíciles de evaluar con certeza. Por lo tanto, analizar el fenómeno desde una perspectiva que integra elementos  culturales resulta sumamente útil y fundamental para entender su naturaleza y sus complejas relaciones en el entramado social.

El narcotráfico: una red transnacional

 Uno de los problemas que surgen al abordar el tema del narcotráfico es el conceptual, ya que existen diferentes perspectivas de análisis. En algunas ocasiones se le señala como una empresa ilegal (Sarmiento y Krauthausen 1991a; Orozco, 1991),  para otros analistas el narcotráfico constituye un conjunto de organizaciones delictivas  transnacionales o una modalidad del crimen organizado internacional (Del Olmo, 1995; Serrano, 1999; Astorga, 2003; Ramos, 1995). También son resaltantes los trabajos que abordan el narcotráfico como una economía ilegal (Kalmanovitz, 1990; Tovar,1995; Montañés,1999; Tokatlian, 2000; Tohumi, 2003).

Por otra parte, se encuentran los autores que han abordado el fenómeno del narcotráfico desde una perspectiva sociocultural, tales como Camacho (1988) quien ubica éste fenómeno como un mecanismo de inclusión social efectivo para grandes sectores;  Salazar (1992) quien caracteriza las denominadas “subculturas del narcotráfico”; Restrepo (2001) quien indica que esta actividad, por empatar como ninguna otra con la lógica capitalista puede ser entendida como “espejo de la cultura”. En esta misma línea, Astorga (1995) identifica el aspecto mítico en la construcción social de la identidad del narcotraficante en México; Cajas (2004) aborda antropológicamente el modo de vida de un grupo de narcotraficantes colombianos, identificando el mundo del narcotráfico como un “escenario de incertidumbre”;  y Valenzuela (2002) plantea la existencia de una “narcocultura” definida por los códigos de conducta, estilos de vida y formas de relación de quienes participan en el “narcomundo”.

Cada una de estas conceptualizaciones constituye un lente diferente y permite identificar matices y tonalidades distintos que resultan pertinentes en el proceso de construcción de conocimiento en torno al complejo fenómeno del narcotráfico.  Así, ya que el nombre y el apellido que le pongamos al narcotráfico definen el objeto de estudio dejando fuera o integrando diversos aspectos; en este trabajo se parte de una conceptualización alejada del énfasis criminológico.  El narcotráfico es aquí entendido como una red transnacional de producción, transporte y comercialización de drogas ilegales ya que se considera que ubicar la reflexión en conceptualizaciones  que enfaticen su carácter ilícito, implica una aceptación de la perspectiva del Estado, y en este sentido, la adopción de los discursos oficiales alrededor de la producción y tráfico de drogas[1].  Así, identificar al narcotráfico desplazando el aspecto evidentemente ilegal que entraña, para enfatizar en el aspecto reticular y transnacional, facilita el  propósito fundamental del presente trabajo que es explorar  -desde la “perspectiva del actor”-  las interconexiones de la red, las particulares prácticas sociales que se sustentan y las significaciones que se construyen en la llamada “narcocultura”.

En este punto, es pertinente detenerse en lo que implica ubicar la reflexión del narcotráfico en términos de una “red trasnacional”.  Es cada vez más común escuchar términos como “crimen global”  “delito  transnacional” o “redes internacionales” para hacer referencia al fenómeno del narcotráfico y en este contexto parece imposible explorar su complejo mundo sin reconocer las conexiones internacionales que resultan indispensables en la red de producción y comercialización de drogas ilegales.  Así, ubicar la reflexión sobre el narcotráfico en el contexto de la globalización, implica el reconocimiento de que la actividad económica de comercializar drogas ilícitas internacionalizó sus redes, en gran parte gracias al incremento en la circulación de  capitales, información y personas a escala mundial.

Sin embargo, para entender porqué en la conceptualización del narcotráfico aquí propuesta, más que entenderlo como un fenómeno global se presenta como una actividad trasnacional, resultan útiles las acotaciones de Giménez (2002, p.26), quien plantea que aunque no existe un consenso en las ciencias sociales sobre el significado y alcance del término “globalización”, el elemento fundamental para definirla está relacionado con los procesos de desterritorialización. Según este autor aunque las diferentes definiciones de la globalización se refieren o toman como sinónimos a procesos como la internacionalización, la liberalización, la universalización o la Occidentalización,  lo verdaderamente distintivo del proceso de globalización radica en la proliferación de relaciones supraterritoriales.

Giménez (1999, p.53) recuerda que la antropología llamada postmoderna, introdujo un discurso sobre la relación territorio- cultura, según el cuál, en la actualidad la cultura es por definición “desterritorializada” debido a los fenómenos de globalización.  Según este planteamiento, el crecimiento exponencial de las migraciones internacionales y la “deslocalización” de las redes modernas de comunicación han eclipsado la relevancia de los territorios interiores sustituyéndolos por redes transnacionales de carácter comercial, social y político. En este sentido, los procesos de globalización crean e intensifican la base económica y tecnológica que hace posible la idea del transnacionalismo, entendiendo así que la noción de transnacionalidad difiere de la noción de globalización. La noción de  transnacionalidad enfatiza en la dinámica mediante la cual la política y la ideología se ven impactadas por los procesos de globalización (Ribeiro, 2000. p. 466).

Por lo tanto, cuando se afirma que el narcotráfico es una red trasnacional se entiende que además de ser una actividad que a semejanza de las grandes corporaciones transnacionales se beneficia de las asimetrías entre las naciones para sacar provecho económico, constituye un escenario en el que las compactas y rígidas fronteras nacionales se diluyen.  Igualmente se entiende que las implicaciones del narcotráfico van mucho más allá de los ámbitos legales, políticos,  económicos y de las relaciones exteriores, implicando también los aspectos ideológicos y culturales.

Los diversos estudios que desde las ciencias sociales han abordado este fenómeno[2], coinciden en que sus actividades no están aisladas del conjunto de las prácticas sociales ya que los narcotraficantes conviven en su entorno exteriorizando algunas “formas de hacer” que empiezan a generar una serie de cambios y transfiguraciones sociales y culturales relacionadas directamente con el establecimiento de nuevas pautas de interacción, cambio en los valores, procesos de legitimación, entre otros.

En este sentido, es importante señalar que mientras las drogas sean ilegales      -creando un potencial enorme de ganancias- y la demanda por estas drogas continúe, la tarea de eliminar la  producción y tráfico de drogas es virtualmente imposible. Esto a su vez supone que cada vez más sectores de las diferentes naciones se verán implicados en las redes internacionales de esta actividad y serán testigos de las transformaciones sociales y culturales que se derivan de su acción. Este escenario plantea un reto impostergable para las ciencias sociales, quien en su tentativa de comprensión del impacto social y cultural del narcotráfico deberá abocarse a las interconexiones globales-locales.

En definitiva, para comprender las prácticas y representaciones que circulan por el “narcomundo” -tanto en contextos locales como en los globales- es fundamental partir de una perspectiva que entienda  “lo local” como un conjunto de relaciones sociales que trascienden sus fronteras; y partir del reconocimiento de que la red trasnacional del narcotráfico se nutre de las especificidades socioculturales de los contextos locales.

«Narcocultura»  y  Prácticas Sociales

Puede parecer extraño hablar de «la cultura del narcotráfico», ya que en muchas ocasiones, se continúa relacionando el concepto de cultura con ciertas manifestaciones ritualizadas en contextos claramente delimitados; sin embargo, existen conceptualizaciones que permiten entenderla como el conjunto de acontecimientos vinculados a la acción humana, por los cuales circulan los modos de apropiarse y vivir determinadas realidades sociales.   En palabras de Gonzáles, “a pesar de los múltiples significados que puede retomar la palabra cultura, esta aparece siempre ligada a ‘la creación del sentido de la vida y del mundo”  (2003, p. 113).

Así, si se entiende a  la cultura como la producción de significados vividos por un grupo determinado cobra sentido hablar de una «narcocultura», ya que plantear su existencia es afirmar que alrededor de la actividad trasnacional de transportar y comercializar drogas ilegales empiezan a aparecer y a generarse diversos sentidos prácticos de la vida o diversas “reglas del juego” y normas de comportamiento.  En este sentido, la “narcocultura” define la situación de estos grupos dentro de la vida social ya que al mismo tiempo  distingue y unifica a quienes participan y/o comulgan con este proyecto ilegal.

En este sentido, es importante señalar que para dar cuenta de la complejidad que entraña la noción de “narcocultura” es imposible partir de una idea pragmática de la cultura. Para desentrañar los significados que circulan por el “narcomundo”  es necesario antes que nada alejarse de la vocación por inscribir a cierto grupo de personas a la “narcocultura”, ya que constreñirla a un grupo específico podría conducir a conclusiones parciales y esquemáticas que deriven en las conocidas caricaturas del “narco” que venden los medios.  Si bien, es indudable que la “narcocultura” es activa y continuamente construida por ciertos  actores; el planteamiento central de este texto es que los límites sociales de dicha cultura no existen en la forma de rígidas y claras fronteras con respecto a los diferentes sectores sociales, incluso aquellos que se desenvuelven dentro de los límites de la legalidad.

Al respecto, Gonzáles plantea que la cultura es sueño y fantasía que sobrepasa los duros limites de la realidad, al tiempo que constituye raíz y recuerdo de lo que hemos sido y de los pasos anteriores (1994, p. 57); palabras que cobran sentido al explorar algunos aspectos discursivos de la cultura del narcotráfico.

En el “narcomundo” se detenta  cierta ideología legitimadora de sus acciones que lejos de negar o encubrir sus actividades ilícitas, les permite aceptarlas y justificarlas plenamente.  Un ejemplo de esto lo constituyen los narcotraficantes latinoamericanos, quienes se definen a sí mismos como defensores de los valores regionales y luchadores por el progreso. Sostienen que su industria, aun cuando ilegal, beneficia a Latinoamérica pues atrae enormes cantidades de dinero, promueve el desarrollo y reduce el desempleo (Ovalle, 2000). Desde esta perspectiva, no hay ningún problema en ofrecer un producto cuya alta demanda es innegable.  Así, la cultura del narcotráfico se desarrolla tras el sueño y la promesa de inclusión en regiones y localidades donde ascender posiciones en las clases sociales era una tarea casi imposible mediante los mecanismos legales.

Por otra parte, a partir del crecimiento económico de los grupos narcotraficantes, se produjo en algunas regiones -especialmente en Latinoamérica- un rápido ascenso social de sujetos pertenecientes a las clases baja y media.  Los beneficiarios, que no sólo eran narcotraficantes sino también todos aquellos que los rodeaban: abogados, contadores, guardaespaldas, empresarios, policías, músicos, políticos, pilotos, entre otros, generaron un rápido cambio en la estructura social. Todos estos «recién llegados», que no eran asumidos como iguales por las viejas elites; aunque deseaban el ascenso social, no estaban interesados en ocultar su origen.  Así, dentro de sus prácticas de consumo manifiestan abiertamente su procedencia, generando profundos cambios  en las interacciones tanto en la vida urbana como en la vida rural.

De la misma forma, se puede entender las palabras de González cuando plantea que la cultura es raíz y recuerdo  ya que al analizar la  “narcocultura”  se observa la forma en que ésta se articula con las culturas populares, las especificidades regionales o locales y la forma en que los actores sociales manifiestan  en las practicas cotidianas, las  tradiciones y usos que dan forma a la cultura de la que provienen. Se puede citar el ejemplo de las famosas “narcofiestas”, ya que es conocido el hecho de que en el “narcomundo” el especial sentido que se le otorga al ocio y al derroche se manifiesta plenamente en sus celebraciones. Si bien una “narcofiesta”  realizada en una ciudad colombiana, va a presentar algunos rasgos comunes con una desarrollada en el norte de México -la presencia de majestuosos e importantes grupos musicales, abundante comida, licores costosos, diferentes drogas y cuerpos de seguridad privada visiblemente armados- , en cada una de éstas se expresa de manera especial elementos  que constituyen iconos de sus culturas oficiales – Conjunto ballenato y orquesta de salsa vs. La Banda, Lechona vs. Birria y Aguardiente vs. Tequila-.

Así, al identificar en la cultura del narcotráfico el elemento que la constituye como proyecto y fantasía de inclusión y el elemento que la enraíza a las culturas oficiales surge un problema práctico: ¿cómo identificar los límites de la “narcocultura”? De hecho, como se expresó anteriormente, las fronteras de la cultura del narcotráfico se presentan bastante borrosas; se pueden enumerar varios ejemplos para corroborar esto. El derroche, la opulencia, la trasgresión, el incumplimiento de la norma y el machismo, son entre otras, practicas sociales continuamente asociadas al narcomundo, sin embargo, vemos que todas ellas son en mayor o en menor medida, prácticas recurrentes en otros sectores sociales de Latinoamérica.

Así, al detenerse en las prácticas sociales asociadas al narcotráfico, se observa cómo al interrogar a este fenómeno, las preguntas se  revierten y empiezan a surgir otras relacionadas con la cultura y  valores sociales oficiales. En otras palabras, al explorar la cultura del narcotráfico se observa como aspectos de las culturas oficiales son acogidos y caricaturizados  por el “narcomundo” (el machismo, el derroche y consumismo) y como las prácticas sociales relacionadas con el narcotráfico, inciden  en que su particular proyecto y modo de construir la realidad sea interiorizado y aceptado por otros sectores sociales.

Estas borrosas fronteras entre la cultura del narcotráfico y las culturas oficiales ya habían sido advertidas por Restrepo quien plantea que al explorar el  “narcomundo” se antepone el mitológico espejo de Dionisio y empieza a mostrar fragmentos del mundo social en el que estamos inmersos. En la mitología griega, cuando este dios se miraba al espejo, no veía reflejado su rostro sino la imagen del mundo en el que estaba inmerso. Según Restrepo, así actúa el asunto de las drogas para quien no teme asomarse a sus entrañas, como un espejo en el que aparece con todas sus contradicciones la cultura contemporánea (2001, p.11).

En síntesis, en la vida cotidiana de diversos grupos pueden observarse tanto  en las prácticas como en los medios de comunicación, mensajes objetivados  de la “narcocultura” y es necesario valerse de categorías analíticas que permitan interpretar y leer las diversas interacciones y sentidos que se tejen alrededor del comercio ilegal de drogas.

En este trabajo se exploran las potencialidades explicativas de dos categorías típicamente relacionadas con la interpretación de las culturas: Los frentes culturales y las representaciones sociales. Si hay algún elemento común entre estas categorías, es que ninguna de las dos se relaciona con la realidad como si ésta fuera un objeto estático, por el contrario, las dos coinciden en señalar el constante movimiento de la realidad estudiada e intentan ajustarse a las dinámicas sociales. Sin embargo, como se verá a continuación, estas dos categorías de análisis ofrecen diferentes elementos  para descifrar los lazos del narcotráfico en las sociedades.

El “narcomundo” como objeto de representación

El concepto de representación social está siendo ampliamente utilizado como categoría de análisis para comprender diversos fenómenos sociales, pero en este caso, se considera que resulta útil para desentrañar las implicaciones sociales y culturales del narcotráfico. Bajo el lente de las representaciones sociales se hacen visibles las formas en que la cultura del narcotráfico es integrada a la cotidianidad de muchas localidades.

Según Moscovici, las representaciones sociales son un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, integrándose en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios (1979, p.17-18). Este autor, sustenta su teoría en dos procesos fundamentales: La objetivación y el anclaje.

Con estos dos conceptos se explica la forma en que las representaciones sociales se consolidan y funcionan, enfatizando la interdependencia existente entre lo psicológico y los condicionantes sociales. La fase de objetivación, definida «como la constitución formal de un conocimiento”  hace referencia al proceso mediante el cual un concepto abstracto se convierte en un objeto o una imagen tangible. Lo abstracto aparece como la suma de elementos descontextualizados que deben integrarse como una imagen más o menos consistente que se pueda identificar con mayor nitidez (Jodelet, 1986, p. 469-473). A su vez, el proceso de objetivación contempla 3 pasos: 1. Selección y descontextualización de los elementos, 2. Formación de un núcleo figurativo y 3. Naturalización.

Según Flores  en el momento en el que se selecciona información en función de aspectos normativos  la representación “adquiere cuerpo” ya que se establece una relación entre un discurso social preexistente y los elementos seleccionados (2001, p.12). Dicha selección se da paralelamente a un proceso de descontextualización del discurso en el que la representación social se esquematiza. De la relación que el objeto de la representación  establece con otros elementos discursivos emerge un sentido que los enlaza.

En el siguiente paso, los elementos del discurso social que han sido seleccionados y descontextualizados en el paso anterior, se organizan alrededor de un núcleo figurativo dando luz  a un conjunto de informaciones sintético, coherente, concreto “formado con imágenes vívidas y claras” (Jodelet, 1986; p.483).

Un muy buen ejemplo de lo que para el caso estudiado sería la formación de una imagen nítida y clara, es el surgimiento de un personaje que antes de 1980 no existía: “el narco”.  Según Villaveces, el vocablo «narco» aparece en el léxico popular de varios países latinoamericanos  para referirse a sujetos involucrados en algún segmento del proceso de producción, circulación y/o  distribución de drogas ilícitas. Lo mas interesante, es que este vocablo, según el autor,  moviliza un sentido de alteridad marcado por la censura moral a aquellas clases emergentes (2000, p.13).

Así,  los cambios sociales y culturales que en varios países y  regiones de Latinoamérica, se empezaron a vivir a partir de la dinámica del negocio de las drogas, fueron sintetizados en imágenes claras.  Siguiendo el ejemplo de Villaveces, se pueden identificar otras imágenes y actores que empiezan a dar sentido a la representación del narcotráfico. Surge el “drogo”, el “adicto”, concebido como la victima de la situación, un enfermo, preso de una sustancia mortífera, personaje  que  justifica toda la lucha contra esta actividad, y surge la idea  de la existencia de “cártel” concebido como una rígida estructura mafiosa capaz de atentar contra el orden nacional y regional.

En el tercer paso, la naturalización, el discurso alrededor del objeto se transforma y deja de ser una representación conceptual abstracta para ser una expresión directa del objeto representado. Según Moscovici “los conceptos se transforman en categorías sociales del lenguaje que expresan directamente la realidad” (1979; p.121).  Según Flores  “la naturalización permite convertir los elementos del núcleo figurativo en entidades objetivas que uno observa en sí mismo y en los otros” (2001; p. 11). Esto quiere decir que las representaciones se cristalizan en significados estables que dan vida social al objeto.

De esta forma, ya “el narco”, “el adicto” y “los carteles”  no son solo imágenes identificadas por el conjunto social; pasan a ser categorías sociales objetivadas. En este punto, resultan importantes los planteamientos de  Cajas, quien habla de la existencia de una jerga llamada “traqueñol”, mediante la cual se cristaliza la representación del narcotráfico. Según este autor, del submundo de las drogas, se deriva una particular forma de expresarse que ha penetrado en amplios sectores, especialmente de la juventud. «En Cali, Medellín, Tijuana o Ciudad de México, los jóvenes se han apropiado del vocabulario traqueto[3]» (2005, p. 23). En este mismo sentido se puede entender la forma en que el vocablo “narco” empieza a ser utilizado designando aspectos como  “narcogobierno”, “narcopolítico”, “narcoguerrilla”, “narcocasas”, “narcotumbas”, “narcodólares”, todas ellas expresiones de realidades que debieron incorporarse en la cotidianidad de estas sociedades.

Como se observa, la importancia del proceso de objetivación reside en que pone a disposición social una imagen o esquema, haciendo concreto lo abstracto y tangible lo intangible.

La otra fase que contempla la representación social es el anclaje. Moscovici afirma que  a través del anclaje, la sociedad cambia el objeto representado por un instrumento del cual puede disponer, y este objeto se coloca en una escala de preferencia en las relaciones sociales existentes (1979; p.121).

Con estas palabras, se entiende que con el anclaje la representación social se liga al marco de referencia de la colectividad y se convierte en un instrumento útil para interpretar la realidad y actuar sobre ella. Así, luego de adquirir un significado estable, la representación social se ancla a un sistema de relaciones históricas y sociales que se encargan de “otorgar un sentido al objeto en la red representacional” (Flores, 2001, p. 13).

De esta forma, “el narco”, “el adicto” y los “carteles del narcotráfico” ya no sólo son actores principales de películas, telenovelas, libros y demás medios de comunicación masiva, sino que empiezan a ser actores sociales y escenarios cotidianos. Como señala Valenzuela, las representaciones sobre el narcotráfico  recreadas en los narcocorridos no sólo sirven para darles sentido a una serie de elementos que la gente conoce o intuye, sino que participan en la producción de prácticas cotidianas desde las cuales la gente aprende a vivir con ese mundo (2002, p.325).

El narcomundo como frente cultural

Mientras las representaciones sociales permiten comprender las formas en que el narcomundo irrumpe en las sociedades y el modo en que la sociedad aprehende la presencia cotidiana de estos nuevos actores; los frentes culturales permiten descifrar los limites entre las culturas oficiales y la “narcocultura”.

Según Gonzáles,  los frentes culturales pueden ser entendidos como espacios sociales y entrecruces de interacciones en las que se lucha por el monopolio legítimo de la construcción y reinterpretación semiótica (1994,p.84).  En este sentido, al proponer que el narcomundo puede ser entendido como un frente cultural, se ubica la discusión en un proceso social fundamental: la legitimación.

De antemano se deben reconocer las implicaciones de hablar de la posibilidad de un proceso de legitimación de las actividades ilegales de los narcotraficantes, sin embargo, a pesar de las susceptibilidades que pudieran resultar    lastimadas, es un hecho que su sólido desarrollo económico, y su creciente apropiación de los mercados internacionales, no sería  posible si grandes sectores sociales no comulgaran con su proyecto.  La legitimación, como nos recuerda Gonzáles, se consigue cuando un grupo de actores sociales tiene los medios para hacer prevalecer su definición de la realidad y hacer adoptar una visión del mundo como la más correcta (1994, p.70)  y basta detenerse en las emociones de agradecimiento que identifica a ciertos sectores sociales con importantes “capos” del narcotráfico.

No es necesario ir a Guamuchilito (México), municipio en el que nació el famoso narcotraficante Amado Carrillo, el “Señor de los cielos”, para constatar que el estilo de cacique generoso que han acunado muchos de estos personajes, les ha valido el aprecio, reconocimiento y agradecimiento de grandes sectores sociales. En este lugar se observa algo que se repite en muchas regiones de Latinoamérica tanto urbanas como rurales: los narcos han venido a jugar el papel del Estado y han dado respuesta a demandas de las comunidades en materia de vivienda, espacio público, educación, recreación, entre otras.  De esta forma, el “narcomundo” ha podido cristalizar el discurso legitimador de sus acciones, al presentarse socialmente como “gente comprometida con el desarrollo regional”.

Sin embargo, el “narcomundo” en su afán por  hacer prevalecer sus particulares “reglas de juego” no  se vale solo de las prácticas paternalistas con la sociedad, como se verá a continuación, existen mecanismos de alto contenido simbólico, con los cuales estos grupos comunican su existencia y persistencia como proyecto de inclusión y como forma de vida.

Así, al abordar el “narcomundo” como frente cultural, se centra el análisis en la génesis y estructuración de las interacciones sociales desde las cuales se van construyendo puentes de legitimidad. En este ejercicio de interpretación, se analizan dos expresiones o prácticas asociadas al narcotráfico: La violencia – transgresión y la opulencia- derroche.

La forma en que los narcotraficantes adquieren los recursos deseados, caracterizada por la rapidez, la transitoriedad (saben que en cualquier momento pueden perderlos) y la excesividad,  incide en que estos sujetos consideren que pueden acceder a lo que quieren fácilmente, por lo tanto, parece que dejan de percibir claramente los límites entre el deseo y el acto (Ovalle, 2000, p.165). Al analizar varias historias de vida de sujetos que trabajaban en el narcotráfico, se encontró que la pérdida de límites se expresa en las relaciones de estos actores con todo el conjunto de la sociedad.  El sujeto obtiene los recursos materiales que desea y dada la importancia que tienen socialmente dichos recursos, él empieza a asumir un cambio de su lugar en el ambiente social. Se percibe a sí mismo como más poderoso, y al saberse respaldado por una red de complicidades y por una organización igualmente poderosa, empieza a relacionarse con el otro estableciendo relaciones funcionales mediadas muchas veces por la violencia material y simbólica (Ovalle, 2000 p. 167).

De allí se deriva la imagen del narcotraficante sellada por su carácter sumamente violento y trasgresor, imagen que no difiere de la realidad.  Los periódicos de varias ciudades de Latinoamérica cuentan historias de torturas, asesinatos, ajustes de cuentas, y cruentas batallas entre bandas y grupos de narcotraficantes.

El mundo del narcotráfico  impone sus propias leyes, las cuales muestran poco respeto por la vida. Situaciones como la traición o la desobediencia son aleccionadas con la muerte, asesinatos que generalmente quedan en la impunidad.  De allí que la mezcla de  impunidad,  armas de fuego y la sensación de poder que los acompaña,  genera contextos de trasgresión  inadmisibles. (Valenzuela 2002, p.260).

Esta amalgama de violencia e impunidad es conocida por la ciudadanía y sin lugar a dudas juega un papel importante en este campo de lucha por la legitimidad de la que se habla. “Es entre ellos” plantean medios de comunicación y autoridades para explicarse el mar de ejecuciones y muertes a cuenta del fenómeno del narcotráfico, y basta detenerse un poco en esta idea para pensar  la manera en que estas formas de trasgresión y  violencia se empiezan a convertir en prácticas naturalizadas y asumidas por los ciudadanos. En este sentido, es posible preguntarse si las ejecuciones y asesinatos presentadas en los medios como “ajustes de cuentas” empiezan a ser asumidos y hasta cierto punto justificados como respuestas naturales a “la traición” dentro de ese específico grupo social.

Adicionalmente, es común que estos actores sociales empiecen a caer en los famosos excesos que han cumplido una importante función en el estereotipo del “narco” como un histriónico personaje, comprador compulsivo. El derroche hace entonces, parte de su modo de vida, derrocha comida, ropa, drogas, alcohol,  mujeres. Evidentemente, este consumismo y derroche no es una práctica exclusiva de los narcotraficantes; como nos recuerda Valenzuela, las sociedades contemporáneas realizan una ostentación delirante del consumo como parámetro de realización y éxito en la vida. Sin embargo, en este escenario, los narcotraficantes constituyen uno de los ejemplos límite por su amplia capacidad de consumo (2002, p.194).  La opulencia, surge  como un consumo demostrativo; tal parece que estos sujetos actúan fundamentados por la creencia ideológica de  “lo importante es tener”  o  “en la medida que tengas serás aceptado”. Por esta razón, para ellos es tan importante demostrar su poder adquisitivo, mostrarse y sobre todo, distinguirse (Ovalle, 2000; p.188).

Tener el reloj de la mejor marca y el más caro, andar con la mujer más bonita[4],  ir a los mejores sitios, tener la casa más vistosa de un barrio, todas estas son expresiones de la búsqueda de aceptación de los sujetos. Así, la opulencia o el consumo demostrativo se convierten en prácticas indispensables para los narcotraficantes ya que ellas son «el camino que redime y justifica los riesgos» (Valenzuela, 2002, p.194).  Un ejemplo extremo de la búsqueda de redención recorriendo el camino de la opulencia, lo constituye el caso de las documentadas “narcocriptas” que se encuentran en la Ciudad de Culiacán. En estos cementerios, los individuos pueden construir en vida su mausoleo, tumbas que superan por mucho el estándar de los materiales y el tamaño de algunas casas de interés social.

En dichas prácticas de consumo demostrativo, sin duda, la iconografía popular es incorporada a  algunos “usos” relacionados con el mundo narco. La virgen de Guadalupe, Cristo, y las imágenes de Jesús Malverde aparecen con frecuencia en su vestimenta.  En este sentido, se debe resaltar la forma en que en su ropa se evidencia como campo de lucha simbólica.  Para González, es pertinente hablar de frentes culturales ya que la palabra frente señala una línea de combate y un campo de lucha por la legitimidad, idea que permite entender la forma en que los narcos se presentan en sociedad vestidos según la impresión que quieran dar. Es común ver  que cada vez más las botas puntiagudas, las camisas a cuadros y los cintos pitiados con grandes hebillas van siendo reemplazados por trajes Armani, y camisas Versace.  Los kilos de joyas, van siendo reemplazados por un simple y discreto reloj marca Rolex. Entre los nuevos artefactos incorporados en su búsqueda de asenso simbólico también sobresalen los aparatos electrónicos, como los celulares, agendas y computadores portátiles, imponentes automóviles, entre otros. Todas estas mutaciones de los narcos son seguidas y leídas -tal vez inconscientemente- por  la ciudadanía, hasta el punto en que pueden establecer categorías y diferenciar al “que es” del que “quiere ser” o del que simplemente “quiere parecer”.

En síntesis, la categoría de Frentes Culturales propuesta por González, al permitir analizar las interacciones sociales entendiéndolas como líneas de combate por la legitimidad enmarca y da sentido a muchas prácticas cotidianas asociadas al narcomundo que bajo otros lentes permanecerían veladas. Igualmente,  al plantear los frentes como un campo cultural en el que las fronteras y líneas divisorias son bastante porosas entre los desniveles de la cultura, esta categoría permite explicar las articulaciones entre la “narcocultura” y las culturas populares y comprender la forma en que el narcotráfico es acogido no solo económicamente, sino también culturalmente, por las naciones, regiones y localidades en las que se asienta.

Los mensajes objetivados en las industrias culturales

Luego de explorar las posibilidades explicativas de dos importantes categorías de análisis en cuanto a interpretación de la cultura -las representaciones sociales y los frentes culturales-; resulta útil detenerse en las informaciones “estructuradas y estructurantes” que circulan por las diferentes industrias culturales.  Es importante revisar los contenidos de estos mensajes ya que son el testimonio directo del impacto cultural del “narcomundo”, son el vehículo de las objetivaciones y los anclajes del “narcomundo” en la estructura social y constituyen uno de los lugares donde se evidencia el campo de lucha por la legitimidad.

La radio, la televisión, los periódicos y el cine, forman una red por la que circulan los bienes culturales que «tienen un papel importante en la construcción de subjetividades, demandas y expectativas» de los actores sociales (García Canclini, 1999; p.163).  En este sentido,  a continuación se realiza un breve y apresurado recorrido por los mensajes que sobre el “narcomundo” circulan por estos medios. Sin embargo, antes se debe señalar que se opta por hablar de industrias culturales y no de medios de comunicación, ya que este concepto pone el énfasis en los bienes simbólicos que circulan. Aunque no hace mucho  las industrias culturales se asumían  como mecanismos de control social, responsables de la pérdida del potencial revolucionario de las masas obreras; en la actualidad se caracterizan como  aquellas actividades culturales que a partir de una creación individual o colectiva, sin una significación inmediatamente utilitaria, obtienen sus productos a través de procesos de producción de la gran industria[5] (García Canclini, 1999, p. 159).

Sin duda, el narcotráfico es un tema que vende,  los periódicos  en su afán por la noticia, hacen del mundo “narco” un espectáculo. Tiroteo, mafia, ajuste de cuentas, tiro de gracia,  guerra entre carteles, captura, son contenidos que se evocan y que obtienen en ventas la respuesta esperada.  No pasa algo diferente en la televisión y en el cine, las películas sobre mafiosos ya son clásicas desde hace algunas décadas. Algunas más novedosas, otras ceñidas a la obvia formula de buenos contra malos, el caso es que son ampliamente  producidas porque saben del amplio sector que las consume.

Sin embargo, como lo plantea Córdoba (2002) El que el narcotráfico sea tema importante en las industrias culturales, no siempre obedece a que el mundo “narco” sea un producto informativo rentable en virtud del sensacionalismo. En otras industrias culturales como cierta literatura, las artes plásticas y la música, se puede apreciar con mayor nitidez que el narcotráfico se retoma como denuncia de una sociedad lastimada por una guerra absurda, generadora de múltiples violencias,  como constructo que expresa  expectativas de vida o como historia cotidiana que reclama ser contada.

Así, al explorar los mensajes que circulan por las industrias culturales con respecto al narcotráfico, resultan pertinentes los aportes de Arriagada (2002) quien al explorar la situación del narcotráfico en Latinoamérica, identificó en la prensa escrita de esta región,  los siguientes puntos:

v     Los narcotraficantes y sus redes de influencia son considerados como principales desestabilizadores del sistema institucional vigente en la región.

v     No incluye o lo hace marginalmente el debate y las diferencias de enfoque respecto de cómo enfrentar el problema de la droga.

v     No existe un acompañamiento de la prensa latinoamericana  a la decisión adoptada por los gobiernos en 1998 en el sentido de dar un tratamiento equilibrado al control de la oferta y la reducción de la demanda,  ya que la cobertura de las acciones orientadas a la reducción de la demanda es mínima.

v     Se privilegian los temas de política internacional y las acciones jurídicas e institucionales.

v     Respecto de las consecuencias sociales y políticas de las drogas lo que mas destaca en la prensa son los hechos de violencia y corrupción. Pero teniendo en cuenta  las múltiples dimensiones  del impacto social y cultural del tema de las drogas, se puede decir que la cobertura sobre las consecuencias del fenómeno es mínima.

v     La cobertura en el ámbito de la corrupción y la impunidad se centran en la institucionalidad política y policial. En el ámbito jurídico y militar la cobertura se ve reducida.

v     Tampoco se encuentra mucha información sobre las consecuencias económicas del problema, que pueden ser “positivas” como el empleo en actividades ilegales, o “negativas” como la pérdida de productividad por consumo de drogas. (Arriagada, 2000, p. 23-27).

Al ver estos resultados, se puede intuir que la prensa de la región latinoamericana se aboca a las fuentes y a los discursos oficiales, ya que sólo en contadas ocasiones se encuentra en ella un espacio en el que se presente –mucho menos analice- los aspectos culturales del “narcomundo” y las formas en que la sociedad interactúa y se relaciona con este fenómeno.

Con respecto a la música, son resaltantes los trabajos de autores como Valenzuela (2002) y Astorga (1995), quienes han puesto énfasis en la importancia de los llamados “narcocorridos” como una rica fuente de información  sobre las múltiples articulaciones del “narcomundo” con otros ámbitos de la sociedad.  Según lo planteado por Valenzuela, el corrido participa en la construcción y reconstrucción de imaginarios colectivos que muchas veces actúan como contrapeso de los discursos oficiales o legitimados y como elemento vehiculador de las representaciones sociales (2002, p.284).

Aunque los roles se encuentran “burdamente dicotomizados” orden contra delincuencia, buenos contra malos, leales contra traidores, amigos contra enemigos (Valenzuela, 2002, p. 38), el corrido juega un importante papel como agencia comunicativa de este tipo de actividades. Como lo señala Valenzuela, desde este género musical se construyen mensajes de advertencia para los diversos actores sociales; en ellos la actividad del narcotráfico y el consumo se representan como bombas activadas y la gente debe estar consciente de los riesgos (2002, p.262).

Sin embargo,  es importante tener en cuenta que el es abordado como tema en diferentes géneros musicales y no sólo en la música banda o en los “narcocorridos”.

Por ejemplo, en el rock en español  se podrían mencionar algunos casos de grupos y artistas que  abordan esta temática.  Molotov, uno de los grupos de rock mexicano mas reconocidos nacional e internacionalmente, aunque no se ha distinguido por  tratar el tema de las drogas en sus canciones, en sus letras, caracterizadas por abordar fenómenos sociales, dejan entrever algunos señalamientos importantes relacionados con el tema del narcotráfico.

Tal es el caso de una canción que simulando la conversación que un migrante mexicano quisiera tener con algunos”gringos racistas plantea: “Te pagamos con petróleo e intereses nuestra deuda mientras tanto no sabemos quien se queda con la feria. Aunque nos hagan la fama de que somos vendedores de la droga que sembramos ustedes son consumidores”. Así, al tratar en una canción la tensión que existe a ambos lados de la frontera norte, realizan el importante señalamiento de la dicotomía entre país productor / país  consumidor repartiendo las responsabilidades.

Por otra parte, dentro del rock en español, se pueden identificar algunos reconocidos artistas que sobresalen por sus constantes consignas en pro de la legalización de  ciertas drogas, como es el caso del francés Manu Chau quien en su canción titulada Mary Juana dice “Yo conozco una chacha de nombre Mary Juana, dice que todos los chachos la  llaman luz del alma, yo digo mari marihuana como te quiero yo.. legalícenla!”.

El argentino Andrés Calamaro también se distingue por tratar en varias de sus canciones este tema,  como en la canción Circo y Clonazepán, en la que se escucha:  “sobra cocaína y con el precio que tiene, este lugar me conviene; gente fina delincuente, algunos ya diputados y brindo por nosotros los tarados que les pagamos” Así, realiza una denuncia a la pasividad y en muchos casos complicidad de los gobernantes frente a esta situación.

Morena con la piel de chocolate, siempre te llevo guardada muy cerca del corazón; pero dicen que aquí no podemos hacerlo. La mente, la cabeza,  es el territorio dormido donde yo decido nada debería estar prohibido. Recita una canción del grupo de rock en español Los Rodríguez.  Incluso en géneros que podrían pensarse totalmente desvinculados del tema, tales como la salsa o el regué,  se pueden encontrar canciones que lo abordan.  Un ejemplo de esto es la canción Marihuana del cantante de música popular conocido como el General o Amor y control  de Rubén Blades.

Todos estos ejemplos son  una pequeñísima muestra de todas las canciones que en diversos países y en diferentes idiomas se han centrado en el tema del narcotráfico. Lo importante aquí es mostrar que desde un medio en el que la represión no es tan efectiva, surgen voces que gritan la necesidad de buscar alternativas diferentes al problema de las drogas, y lo importante es que estas voces a través de la universalidad de la música, llegan a muchas personas nutriendo de información sus propias posturas y expectativas. Se observa entonces, que el narcotráfico es una historia cantada y recitada desde diversos géneros y que a través  de los mensajes musicales que circulan por las ciudades y los campos latinoamericanos, se van transmitiendo discursos y enfoques del tema del narcotráfico que juegan un papel importante en la configuración de las representaciones.

Con respecto a los mensajes que sobre el “narcomundo” circulan por los diversos medios, se puede afirmar que el cine es otro vehículo fundamental.  Se debe recordar que esta industria cultural de imágenes tiene una gran repercusión sobre la cultura y la construcción de identidades. En este sentido, son muy ilustrativas las cifras que ofrece  García Canclini sobre  la producción y exportación audiovisual, ya que permiten dimensionar su consumo mundial. Según el autor, dicha industria en Estados Unidos representa el 6% del producto interno bruto y emplea a 1.3. millones de personas, mas que la minería, la policía o la forestación (1999: p.67).

Según Iglesias, los productos de la industria cinematográfica, incluyen un punto de vista ante la realidad mostrada por lo tanto se constituyen en  testimonios de la mentalidad de una época y de una clase (1991, p. 20).  En un trabajo realizado por esta autora en 1985, se analiza la forma en la que el cine mexicano aborda lo fronterizo, seleccionando un total de 275 cintas[6]. Uno de los principales aportes del trabajo de esta autora radica en que permite visualizar la relevancia que va tomando el tema del narcotráfico en la frontera a partir de los diversos periodos históricos.

Encontró, que de las 275 películas realizadas entre 1938 y 1989, 57 trataban el tema de la migración, 49 trataban el tema del narcotráfico, y 34 eran películas de vaqueros. Así pues, se identifica el tema del narcotráfico como el de segundo orden de importancia según la cantidad de películas (Iglesias, 1985, p.27).

Aquí, es importante destacar que  el número de películas sobre este tema es variable  en diferentes periodos. De 1938 a 1969 solo se identificaron dos películas basadas en el narcotráfico; en el periodo de 1970 a 1978 surgieron seis películas sobre el tema, lo cual es un indicador de la visibilidad que fue ganando la presencia del narcotráfico en la región.  Finalmente el auge de este tipo de películas se dio entre 1979 y 1989, década en la que se identificaron 41 películas, que sin duda alguna ayudaron a consolidar en el imaginario mexicano y especialmente de los habitantes de esta región, la innegable presencia de este «negocio» en la frontera (Iglesias, 1985, p.49).

Por otra parte, al hablar de cine en el mundo y especialmente del cine que tiene impacto en las ciudades latinoamericanas, resulta inevitable desviar la mirada hacia lo que pasa en Hollywood. Como se dijo anteriormente, en estos productos cinematográficos el tema del narcotráfico y las mafias es un tema consolidado. Películas violentas, películas obvias, películas recargadas de acción, películas de grandes y bajos presupuestos, películas novedosas y creativas, películas que repiten una sencilla formula;  para todo da este tema, y lo más interesante, todas estas películas encuentran un público que paga por verlas.

Una de las películas de narcotráfico más resaltantes en las últimas décadas, sin duda es la historia basada en los relatos de un testigo protegido: Goodfellas de Martin Scorsese. Tal vez es esa base de realidad, claro está, tratada por un excelente director; lo que selló  el éxito de esta película que  narra la historia de un hombre que crece en un vecindario  de Nueva York rodeado de gángsters y mafiosos, soñando llegar a ser como ellos. Esta película además de mostrar  un trozo del enigmático mundo de los mafiosos y su especial forma de concebir y resolver la traición, pone en evidencia la forma en que el despliegue de poder y riqueza, referentes sociales del éxito, permiten que este grupo sea identificado con admiración.

Tráfico, del director Steven Soderbergh, fue otra de las muchas películas que se han hecho sobre narcotráfico que cobró cierta relevancia. En esta película se logra hilar tres historias, las cuales en realidad son las perspectivas de los tres actores visibles del problema de las drogas: El que las ataca, el que las ofrece y el que las consume. El contexto que enmarca a los policías antidrogas es Tijuana, puerto de salida de drogas hacia Estados Unidos, cuyas imágenes aparecen en el desértico tono sepia.  La historia de adicción de una adolescente se lleva a cabo en Washington, que como bien se sabe es la sede en la que se toman las decisiones sobre como abordar el problema del narcotráfico en el mundo, imágenes presentadas en tonos azulados, según el director «expresando la frialdad característica de esta ciudad». Paralelamente,  se narra la historia de una rica mujer embarazada que vive en la Joya California, quien descubre que su elegante esposo es en realidad un importante narcotraficante. Aunque la película esta teñida con trazos de moralización al dejar entrever una supuesta salida al problema a partir de un cambio radical en la ética social, termina reproduciendo múltiples estereotipos.

Otra historia del narcotráfico contemporáneo con vapores de realidad es Inhala, película que cuenta la historia de George Jung, quien llegó a convertirse en el principal importador de cocaína proveniente del cartel de Medellín. Esta sencilla y «aleccionadora» historia, al estilo “Hollywoodesco” muestra a  un personaje nublado por la «rápida y fácil» riqueza, que finalmente cae en decadencia porque el «crimen no paga». Aunque la presentación del tema es bastante obvia, hay un elemento innovador e importante: esta vez, el protagonista de las actividades de narcotráfico no es un personaje descendiente de italianos, ni un latinoamericano, ni un chino, ni un japonés, ni negro; es simplemente un estadounidense “promedio”.

Otra película que merece mención en este breve ejercicio, fue traducida para Latinoamérica como Diablo.  Una película dirigida por el desconocido Gary Gray, que a pesar de no mostrar una postura novedosa, es resaltante la forma radical en que se aborda la temática y resulta muy pertinente al momento de explicar la representación social del narcotráfico.  Diablo  cuenta la historia de dos  hombres que crecieron en las calles de Los Ángeles, y que decidieron unirse a la DEA para combatir las «perniciosas drogas».  La película inicia con la captura en Tijuana de Meno Lucero, un importante narco del cartel de Baja California, pero tras el arresto de este cabecilla surge en escena un hombre misterioso de quien sólo se sabe que se hace llamar diablo.  El protagonista de la DEA, acude a la cárcel en busca del hombre que el mismo capturó, con la esperanza de encontrar alguna pista para ubicar al nuevo enemigo que aparece  como un «espectro» omnipresente. El narcotraficante Meno le aconseja que se retire temporalmente de la Agencia porque para atrapar a su nuevo blanco deberá renunciar a los procedimientos y reglas de la policía, ya que «se está enfrentando con un monstruo y para combatirlo el también debe convertirse en un monstruo».   Durante los próximos minutos los espectadores permanecen sin saber quien es el que está detrás de los hechos sangrientos y de las transacciones de drogas, mientras que la historia juega haciendo creer que puede ser cualquiera de los que aparece en escena. La historia termina sin que se sepa exactamente quien es el Diablo, y es en ese hecho en el que se ubica lo radical de esta propuesta, ya que presenta al narcotráfico como la encarnación del mal, un mal que no se ubica en una persona, y que no se acaba tras una captura.  Así, se puede afirmar que esta película, Diablo, lleva al extremo la discusión en la que generalmente las películas de Hollywood ubican al tema del  narcotráfico: La lucha del bien y del mal.

De esta forma podrían citarse muchos ejemplos mas, ya que las películas sobre estos temas se estrenan constantemente, sin embargo, lo importante aquí es tener en cuenta la importancia de esta industria cultural en la dinámica de las representaciones sociales del narcotráfico, y tener alguna idea del tipo de mensajes que circula por este medio.

Finalmente, se debe resaltar la presencia de mensajes objetivados del narcomundo en otro tipo de industras culturales como en la literatura y las telenovelas. Es el caso de escritores como Laura Restrepo (2004), Perez-Reverte (2002)  y Franco (1999)[7] quienes han escrito importantes novelas escenificadas en el narcomundo, sin embargo, ellos son la cara visible y publicitada de muchas novelas y relatos centradas en este tema.  Igualmente, el narcotráfico aparece esporádicamente como tema o como contexto en algunas telenovelas. Aquí es interesante ver como en países como Argentina, Perú, y  más recientemente México, en los cuales la presencia del narcotráfico es una realidad en mayor o en menor medida asumida, el narcotráfico aunque no aparece como tema principal, es abordado.  Para el caso de Colombia, donde el narcotráfico ha tomado dimensiones innegables, el narcotráfico de hecho se ha convertido en tema principal e hilo conductor de varias telenovelas.

Adicionalmente, también debe ser reconocido  la amplia difusión en ciertos sectores sociales de comics relacionados con el narcotráfico, como es el caso de la serie Frontera violenta y la serie Policíaca. Algo parecido ocurre en las artes plásticas, las cuales han estado relacionadas con el narcotráfico ya sea porque abordan el tema o porque son concientes del “apoyo” de este grupo que generalmente decide gastar dinero en arte.

En otras palabras, es necesario señalar que a pesar de lo velado que puede parecer el flujo de mensajes sobre narcotráfico en otro tipo de industrias culturales, este fenómeno está siendo asumido cada vez más como parte de la cotidianidad de diversas regiones y tal proceso es reflejado y retroalimentado también por éstas industrias.

Conclusiones

El narcotráfico es uno de los grandes problemas que nubla la realidad latinoamericana. A pesar de esto, la complejidad intrínseca del fenómeno – ya que convergen en él, elementos morales, políticos, económicos, sociales, legales, de relaciones exteriores, de salud pública, de seguridad pública, culturales, geográficos, entre otros-  ha mantenido alejada a la academia de los debates internacionales en torno a él.  Desde esta lógica, lo que se plantea en este artículo, es que los aspectos culturales que están inmersos en el desarrollo del problema  pueden y deben ser aprehendidos.

En este sentido, se justifica la existencia de una “narcocultura” entendida como  el conjunto de sentidos prácticos de la vida o diversas “reglas del juego” y normas de comportamiento que empiezan a hilarse alrededor de la actividad ilegal de transportar y comercializar drogas ilegales.  Se identifica en la cultura del narcotráfico el elemento que la constituye como proyecto y fantasía de inclusión y el elemento que la enraíza a las tradiciones de las que proceden, lo cual dificulta la tarea de identificar los límites de la “narcocultura” y los modos en que esta interactúa y transforma las culturas oficiales.

Así, se delinean dos horizontes teóricos pertinentes para la tarea de descifrar los  sentidos que se entretejen alrededor del narcomundo. Mientras las representaciones sociales permiten comprender las formas en que el narcomundo irrumpe en las sociedades y el modo en que la sociedad aprehende la presencia cotidiana de estos nuevos actores; los frentes culturales permiten descifrar los limites entre las culturas oficiales y populares, y la “narcocultura”. Se abre entonces una invitación para continuar por estas líneas interpretativas y explorar otras que puedan aportar en el proceso de construcción de este objeto.

Finalmente, se identificó la importancia de atender los mensajes que circulan por las acciones de las industrias culturales en cuanto que son testimonios del impacto social y cultural del narcotráfico, al tiempo que estructuran determinadas representaciones en torno al fenómeno. Así, teniendo en cuenta  la complejidad del tema y la forma en  que fue abordado en este trabajo -enmarcado en la teoría de las representaciones sociales y los frentes culturales-, se puede entender que este texto se plantea como una reflexión inicial que permanece abierta.

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[1] Discursos  ajenos a las coordenadas de significación de los actores que comulgan con el proyecto ilegal del narcotráfico

[2] Salazar (1992), Salazar (1995) , Salazar (2001ª), Salazar (2001b),  Córdoba (2002) Astorga (1995,) (1996) (2003), Krauthausen (1999) entre otros.

[3] En algunas regiones de Suramérica y en las comunidades latinoamericanas que habitan en algunas ciudades estadounidenses, los “narcos” son conocidos con el nombre de “traquetos”.

[4] “mujer- trofeo”  dice Valenzuela.

[5] Es decir, en serie y aplicando una estrategia de tipo económico, en vez de perseguir una finalidad de desarrollo cultural.

[6] Los criterios de selección: 1. Que el trama se desarrolle en una de las ciudades de la frontera entre México y Estados Unidos. 2. Que se refiera a un personaje de esta frontera. 3. Que se refiera a una población de origen mexicano que vive en USA. 4. Que haya sido filmada en una ciudad fronteriza. 5. Que parte importante de su argumento se refiera a la frontera norte.

[7] Es interesante que en el caso de las dos novelas,  los protagonistas del ascenso social que favorece el narcotráfico sean mujeres.

* Publicado en ALMARGEN el miércoles 28 de septiembre de 2005.
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Lilian Paola Ovalle, Maestra en Ciencias Sociales Aplicadas por la Universidad Autónoma de Baja California y Licenciada en Psicología por la Pontificia Universidad Javeriana de Cali Colombia. En la Actualidad es Investigadora del Centro de Estudios Culturales – Museo del la Universidad Autónoma de Baja California, y desempeña sus labores en la línea de investigación de Cultura Urbana y Representaciones Sociales y como  docente en la Facultad de Ciencias Humanas. Dentro de esta línea, se ha especializado en estudiar los procesos socioculturales derivados del narcotráfico, realizando los proyectos de investigación titulados: “Representaciones sociales del narcotráfico. El caso de los jóvenes universitarios en Baja California”.  y “Narcotráfico y Poder: razones para entrar en el negocio”.  En la actualidad es coordinadora del proyecto: Correos Humanos y poder social. La producción de discursos en el “narcomundo”.

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