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Julio Scherer García: testimonios para una biografía intelectual

julio scherer por ulises castellanos

El periodista Julio Scherer García falleció el miércoles 7 de enero de 2015 en la Ciudad de México, a los 88 años. Se dedicó al periodismo desde los 22 años y tras su paso por la dirección de Excélsior y la fundación de la revista Proceso se convirtió en un icono del periodismo mexicano del siglo XX. Siempre se negó a dar entrevistas y aceptó pocos homenajes, como el que le rindió la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano Gabriel García Márquez. Tras su muerte, periodistas y académicos, la mayoría reconociendo su influencia en su carrera profesional, publicaron testimonios de su relación personal con el periodista, los que constituyen una fuente para reconstruir la vida de uno de los reporteros mexicanos  más brillantes de la historia. A continuación, un recuento de los testimonios escritos, incluido el de su hija María:

A mi padre

Por María Scherer

Desde hace muchos años supe que algún día estaría sentada aquí, mordiéndome las uñas mientras escribía este texto. Lo temí apenas lo advertí. Por fortuna, nadie me lo pidió antes. Hace unos meses lo hizo Enrique Krauze. Me contó que planeaba homenajear a dos personajes de la izquierda: José Revueltas y Julio Scherer. Francamente, no sé si se lo agradezco. Accedí porque creo, como en una verdad absoluta, que no hay padre como mi padre.

De mi padre poco se sabe. Del periodista acaso algo más: los trazos que ha delineado en sus libros más intimistas. No ha sido suficiente para algunos estudiantes y varios periodistas que me han utilizado como intermediario para tratar de obtener una entrevista con él. Pronto dejé de pasarle esos mensajes. Su respuesta era fácil de anticipar: siempre era la misma.

Mi padre ha insistido, y con razón, que por él habla su trabajo: sus entrevistas, sus reportajes. Se ha negado a cooperar cada vez que algún colega obstinado ha pretendido biografiarlo.

Creo que comprendí que mi padre era un gigante hasta que me matriculé en la universidad. Sabía, por supuesto, que era un hombre importante, querido y respetado, que todo el mundo lo conocía, lo mismo que él conocía a todo el mundo. Casi todos mis maestros me interrogaban sobre él. Querían saber qué me aconsejaba, qué me confiaba sobre el oficio periodístico. La mayoría se alegraba de tenerme entre sus alumnos, como si yo emanara alguna de sus virtudes profesionales. Aunque sus preguntas eran repetitivas, me encantaba escuchar –las más de las veces– la admiración que expresaban.

Mi mamá murió un mes antes de mis quince años. Nos acompañamos en el duelo y mi papá cumplió con el doble rol de la única manera posible, colmándome de amor. Fue él quien me condujo por la vida de mi madre. La conocí a través de sus recuerdos. Me contó su historia mejor que ella misma.

El Financiero (jueves 8 de enero de 2015)

 

Gracias, Don Julio 

Por Carlos Puig

Decidí estudiar periodismo por el Proceso de Julio Scherer.

Y tuve la suerte de toparme el primer semestre de universidad con que entre mis maestros estaban Carlos Marín y Froylán López Narváez. Y para colmo de buenas, Carlos me invitó, cuando aún era estudiante, a trabajar en Proceso. En el de don Julio Scherer.

Ahí pasé los primeros 12 años de mi vida profesional. Ahí me formé con los mejores, liderados por el más grande periodista mexicano de nuestro tiempo.

He sido muy afortunado.

Desde el primer día, de don Julio no recibí más que cosas buenas: consejos, regaños, tips, amigos, lecciones, más regaños, un par de felicitaciones por algún reportaje, todo aderezado de esos abrazos tan intensamente schererianos con el inevitable apretón de brazo final. Fue suya la loca idea que yo podía ser corresponsal en Washington y después que podía ser coordinador de información de la revista.

Fue mi inspiración, mi jefe, mi referencia y hasta mi casero.

Gracias, don Julio.

Lo que nunca tendré cómo agradecer es que hace casi 20 años me puso enfrente a María, su hija más pequeña, la única que se dedicó al oficio de su padre, para que yo fuera su jefe en Proceso.

Milenio (jueves 8 de enero de 2015)

 

Don Julio

Por Pascal Beltrán del Río

Conocí a Julio Scherer García en junio de 1988. Faltaba menos de un mes para las históricas votaciones presidenciales de ese año.

Yo todavía estaba en la universidad y acababa de publicar mi primer texto periodístico. Salió en la portada de la revistaProceso, que él fundó y dirigía desde 1976, pocos meses después de ser lanzado de Excélsior, con varios de sus compañeros, mediante un golpe orquestado por el gobierno de Echeverría.

Me recibió en su oficina y no me extrañó que me tuteara, pues estaba yo muy joven. “¡Qué a toda madre tu reportaje!”—me dijo—, y me dio un abrazo como esos que sólo daba él, que dejaban a quien lo recibía todo acalambrado.

“Yo le agradezco mucho la oportunidad…”, comencé a decirle, realmente impactado de conocerlo, cuando me interrumpió. “¡Ni madres, oportunidad es una vez, esto es de largo plazo! ¿Qué sigue, qué sigue?”.

Don Julio era malhablado, pero nunca soez. Recuerdo que se puso furioso una vez que descubrió una revista pornográfica en la redacción.

“Vayan y chinguen a su madrecita si vuelven a traer algo así”, nos dijo a un grupo de reporteros antes de darse la vuelta.

Y vaya que la madrecita era importante para él: jamás permitió que le quitaran el apellido materno.

Después de aquel reportaje, me quedé 15 años trabajando enProceso. El tuteo de Scherer García me empezó a incomodar, porque don Julio no tuteaba a casi nadie. Todos los demás en la revista —salvo Vicente Leñero, EnriqueMaza y Froylán López Narváez— eran don Fulano y don Zutano. Y les hablaba siempre de usted.

Yo era el reportero más joven en una redacción poblada por luminarias del periodismo. No pasó mucho tiempo antes de que corriera la versión falsa de que yo era pariente de donJulio.

Excélsior (jueves 8 de enero de 2015)

 

Por Raymundo Rivapalacio

Un modelo de periodismo ácido y crítico, beligerante y siempre en el filo de la ética, llegó a su fin el miércoles con la muerte de Julio Scherer García. Periodista polémico, controvertido y de claroscuros –como todos los seres humanos–, es sin lugar a duda el símbolo de la prensa independiente más sólido en la historia de México, y el inspirador de cientos de jóvenes que arrastrados por su ejemplo y mito, irrumpieron en las redacciones de los periódicos en los últimos 30 años. Scherer, con esa eterna voz de misionero, decía, al definir su profesión: “La cirugía y el periodismo remueven lo que encuentran, (y) por eso, el periodismo ha de ser exacto, como el bisturí”.

Terco, sello de su personalidad, resistió dos años de problemas gastrointestinales, complicados hace 13 meses por una neumonía de la cual se pensó que no saldría. Hace pocas semanas sufrió una caída en su departamento al sur de la ciudad de México, de la cual no se recuperó. Don Julio, un Aries típico –enérgico, temerario y osado–, murió a los 88 años, por un choque séptico, que es un fallo multiorgánico que encuentra víctimas cuando tienen un sistema inmunitario debilitado. Fue consumido por la edad, tras una vida llena de entusiasmo hasta el final.

Scherer comenzó su vida de periodista como antaño lo hacían muchos, como ayudante en la redacción de Excélsior, cuando el legendario Rodrigo de Llano dirigía el periódico seis meses en la ciudad de México, y otros seis desde Nueva York. Comenzó a publicar sus primeros textos a los 22 años en el extinto vespertino de la Casa ExcélsiorÚltimas Noticias, que era el escalón obligado antes de tener el privilegio
–porque eso fue durante muchas décadas– de escribir para el periódico madre que, muchos años después bajo su dirección, llegó a estar entre los más importantes del mundo.

De un talento nato como escritor, las crónicas de Scherer, su erudición y su enorme ojo clínico para detectar historias que contar, lo hizo crecer dentro de las estructuras jerárquicas de la cooperativa que eraExcélsior. A la muerte de Rodrigo de Llano, lo sustituyó su subdirector, Manuel Becerra, quien tuvo como lugartenientes a tres compadres que construyeron el periódico que haría historia: Scherer, Manuel Becerra Acosta y Alberto Ramírez de Aguilar. A la muerte de Becerra Acosta en 1968, el periódico se revolvió en una sucesión ideológica, entre la extrema derecha que postulaba a Miguel Ordorica, y el social cristianismo que encarnaba Scherer.

– El Financiero (jueves 8 de enero de 2015)

 

La «trampa» a Scherer

Por Héctor de Mauleón

La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano había galardonado a Julio Scherer con el premio “Homenaje a trayectorias ejemplares”, y el director de la revista en la que yo trabajaba, Gabriel García Márquez, arregló que Scherer se reuniera conmigo “para platicar”.

—A ver cómo te las ingenias, pero sales de ahí con una entrevista —me dijo García Márquez.

Nos vimos esa misma tarde. Gabo nos abrió las puertas de su estudio, nos ofreció café y agua mineral, y le explicó a Julio Scherer que la revista quería un perfil suyo, para sumarse al homenaje.

—De acuerdo, Gabriel, muchas gracias. Pero nada de entrevistas, una plática simplemente —contestó Scherer.

García Márquez me hizo un guiño. Se apartó hacia un rincón alejado del estudio y se puso a hojear un libro. Tragué saliva, porque estaba frente a una leyenda viva del periodismo mexicano, y encendí la grabadora. Scherer me miró a los ojos, luego miró a la grabadora, pero no dijo nada.

Durante los 40 minutos siguientes atestigüé el espectáculo que era Julio Scherer. Un seductor —pensé: “es una especie de embaucador de feria”— que en unos cuantos minutos te hacía sentir su amigo, su cómplice, su hermano.

Scherer relató aquella tarde la manera como se había hecho periodista: corrían los años 40, él tenía 22 años y había fracasado en el estudio del Derecho, la Literatura y la Filosofía. Así que fue a parar al periódico Excélsior, “a donde me mandaron para ver si lograban hacerme un hombre de provecho”. Le dijo al director de la segunda edición, Enrique Borrego: “No me interesa cobrar, mi único interés es verme ocupado”.

El Universal (jueves 8 de enero de 2015)

 

Los años de Julio Scherer 

Por Julián Andrade

Guardo en la memoria los días extraños del golpe a Excelsior. En la casa el diario llegaba desde siempre y un buen día me enteré de que la suscripción había sido cancelada.

Un grupo de periodistas, encabezados por Julio Scherer, su director, había abandonado las instalaciones del diario para no volver más.

Supe que el tema era grave porque afectaba a mis amigos, Leopoldo, Héctor y Joaquín Gutiérrez, hijos de Polito, el jefe de la mesa de redacción del, hasta ese momento, diario más importante de México.

Palpé la gravedad de la situación porque en los recreos del Colegio Madrid ( yo cursaba primaria) le hacían la ley del hielo a los hijos de Regino Díaz Redondo, quien se había apoderado de la dirección del rotativo.

Gracias a Héctor Gutiérrez pude leer Los Presidentes, de Scherer, casi al salir de la imprenta. El texto narraba la cercanía y la lejanía del poder, las luces y las sombras de periodistas y políticos.

Los que se fueron con Scherer, entre ellos Polito, tuvieron que recorrer el desierto, aunque luego fueron recompensados con la fundación de Proceso, semanario que se convertiría en una referencia.

A Julio Scherer lo conocí muchos años después, en 1992, en una comida en la casa de mi madre en Coyoacán.

 – La Razón (jueves 8 de enero de 2015)

 

Inolvidable Julio Scherer

Por Guillermo Ochota

Llegué a Excélsior borracho. El  gigantón Jaime Reyes Estrada, El Manotas, extraordinario reportero de choque que luego sería mi compadre, me sacó de su auto, me levantó como si fuera un bebé y, conmigo en brazos, subió la escalera del viejo Excélsior en Reforma 18 hasta la oficina del director, empujó enseguida con el pie la puerta entreabierta, se metió sin más trámite y me dejó caer como fardo sobre un sofá de piel color chocolate. “Aquí te lo traigo, Julio”, le dijo a Julio Scherer, quien soltó una carcajada, se levantó, vino hacia mí –yo intentaba enderezarme–, me pegó un par de manotazos en la espalda con la fuerza de alguien que nadaba milla y media cada día, y más que preguntar comentó: “Con que se viene con nosotros, Guillermo…”

Así conocí a Julio Scherer, quien sería fundamental no sólo en mi vida, sino en la historia del periodismo mexicano y de su lucha por ser un periodismo independiente y libre. Personaje estelar del periodismo por el periodismo mismo, del periodismo que se ejerce sin más afán que hacerlo y vivir con ello la emoción incomparable de ganar la nota, de presentar la exclusiva, de trasmitir la verdad periodística, reporteada, perseguida, escrita y confirmada hasta donde es posible confirmar algo en el efímero lapso que el propio periodismo impone. Hablo del  periodismo que no tiene como finalidad endulzarle la oreja al poderoso ni encubrir sus pecados. Hablo del periodismo según Julio Scherer.

Aquel día, Jaime Reyes Estrada y yo habíamos ido a una oficina en la calle de Atenas para reportear cierta conferencia de prensa que se suspendió.  Él iba por Excélsior y yo por Novedades. Como no hubo conferencia nos dimos la tarde libre y nos metimos a una cantinita del rumbo para platicar de lo que hablábamos siempre los periodistas, de periodismo, y luego, como una “cuba” lleva a la otra y “la última” nunca es la última, se nos vino encima la noche y yo le pedí a Jaime que me echara un aventón a Tlatelolco, donde vivía. Tomó Jaime por Reforma, pero al aproximarse al número 18 creyó recordar que Julio Scherer había comentado favorablemente algunos trabajos míos (la localización de los auténticos “hijos de Sánchez”, una entrevista con La Doña, otra con El Maestro Gaona) y que yo le había comentado las ganas que tenía de llegar a Excélsior…Entonces frenó el Charger, me sacó, me levantó como a un bebé y después de subir la escalera me dejó caer en un tramo de vida que fue sería para mí el  más feliz, profesionalmente hablando.

Referéndum (jueves 8 de enero de 2015)

 

Pasión, afición y profesión de Scherer

Por Carlos Marín

“Dígame, Carlos, ¿qué hago con este hombre?: sale a las seis de la mañana para ir al sauna y regresa a las doce de la noche… ¡para meterse al sauna!”, me decía jocosa en la casa de Gabriel Mancera doña Susana Ibarra de su marido, Julio Scherer García, a quien le habíamos regalado para su hogar lo que tanto le gustaba y que a Froylán, Vicente y a mí nos divertía suponer una “caja de tormento”.

Don Julio acostumbraba mucho también irse a nadar todos los días, y las conversaciones intensas o importantes las prefería en caminatas de una o dos vueltas a la manzana o (y no había manera de zafarse), dos o tres de Pilares a San Antonio y de regreso hasta Félix Cuevas para retornar a Fresas 13.

“Camine, camine y camine”, recomendaba. “No hay nada mejor para la salud y, cuando sienta que no puede dar un paso más, es que apenas va usted a la mitad”.

En una de ésas me contó de alguien que le había dicho que todos los hombres debemos tener una afición, una pasión y una profesión.

“Para mí las tres son lo que hacemos…”, decía.

Y es que el reporteo de todo lo llevaba en la piel y la entraña.

Milenio (viernes 9 de enero de 2015)

 

Scherer

Por Rafael Pérez Gay

La leyenda de Julio Scherer García atravesará la neblina del tiempo y se convertirá en una verdad intocable, pétrea, aleccionadora, como un monumento. No es para menos, Scherer fundó el periodismo moderno mexicano, hay un antes y después de su obra. Crecí y aprendí a leer periódicos en la era de Scherer, es decir, ese momento en el cual la prensa abandonaba las sombras donde sometía sus contenidos al poder a través de componendas y buscaba en cambio la intemperie de la libertad de expresión.

Tres características de esta obra mayor del siglo XX: primero, la valentía, nada puede hacerse en el periodismo, y en la literatura, sin arrestos, no es que los periodistas y los escritores tengan que ser como toreros, pero sin arrojo, no hay mucho que hacer en esta arena; segundo, alma de dirigente y mentor, todo gran periodista es un mandamás en  su oficio y sus terrenos; tercero, talento para la empresa y buena prosa, dirigir y escribir bien, dos cualidades por las cuales cualquier periodista pactaría con el diablo. Scherer pactó y acumuló un enorme poder ejerciendo estos tres rasgos hasta convertirse en una escuela.

(…)

En mi casa había un ritual matutino: leer no pocas veces en voz alta a los articulistas de Excélsior. Cada quien su clásico: mi padre leía con devoción a Gastón García Cantú; mi hermano a Daniel Cosío Villegas, mi madre y yo no nos perdíamos a Jorge Ibargüengoitia y los cuatro a Carlos Monsiváis. Los cartones de Abel Quezada fueron artículos en sí mismos que leíamos primero que a nada ni nadie. De esa doble página recuerdo a Pedro Ocampo, a Rosario Castellanos. Todos los periodistas y escritores giraban alrededor de un surtidor: Julio Scherer.

Milenio (jueves 9 de enero de 2015)

 

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