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“Huesos en el desierto”, o la lucrativa teoría de la conspiración*

En su libro “Huesos en el desierto” (Anagrama, 2001), Sergio González Rodríguez prefirió imaginar que investigar. Sólo así puede entenderse su teoría de que existe una “logia” que comete “homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte”. O que formule declaraciones alejadas de las normas del periodismo de investigación como, según él: “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve”.

Por José Pérez-Espino

La ausencia de métodos científicos de investigación y la abulia de las autoridades han convertido a la impunidad en sinónimo de los homicidios de mujeres que no se han esclarecido en Ciudad Juárez.

Pero igualmente, el manejo que la mayor parte de la prensa del Distrito Federal ha dado en la cobertura de los asesinatos está caracterizado por la abulia, un deficiente ejercicio del periodismo de investigación y de precisión, el afán protagónico y de lucro de algunos reporteros y escritores, una ética cuestionable, el morbo y la ligereza en el manejo de la información, así como la recurrente creación de mitos, estigmas y estereotipos.

Los ejemplos abundan: el martes 12 de noviembre de 2002, la agencia española EFE distribuyó un cable con el siguiente encabezado. El diario El Universal del Distrito Federal lo subió a su versión de internet a las 10:36 horas:

En el sumario, el periódico publicó: “Afirma el escritor Sergio González que los homicidios de más de 300 mujeres estarían vinculados al narcotráfico y grupos de poder formados por empresarios, políticos e incluso policías”.

La nota decía:

“Una logia en la que participan altos cargos de la policía, empresarios y autoridades estaría detrás de la ola de crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, que en una década se ha cobrado más de 300 víctimas, denunció el periodista Sergio González. González es el autor del libro Huesos en el desierto…”

Más adelante, agrega el informe: “El periodista aventuró que los homicidios múltiples contra mujeres en Ciudad Juárez fueron perpetrados por al menos dos personas.

“Los delincuentes las secuestran, las torturan y las violan para luego mutilarlas y arrojar sus cuerpos a terrenos baldíos.

Más adelante el autor afirma, según EFE: “»Son homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte», afirmó”.

El lunes 19 de noviembre de 2002, el periódico La Vanguardia de Barcelona publicó el siguiente titular: “El Mal habita en México”. Le antecedía un balazo que decía: “La corrupción mexicana” y un sumario que agregaba: “Sergio González publica su investigación sobre los asesinatos rituales de 300 mujeres en Ciudad Juárez”.

En la entrada de la nota se leía: “Los hechos narrados por el periodista Sergio González Rodríguez (México DF, 1950) en su libro Huesos en el desierto (Anagrama) son tan espeluznantes que el lector debe pellizcarse varias veces para estar seguro de que se trata de hechos reales. González ha investigado los asesinatos rituales de mujeres, cometidos por narcotraficantes en sangrientas orgías en la localidad fronteriza de Ciudad Juárez”.

Según La Vanguardia, González Rodríguez asegura que “ya ha sufrido gravísimas palizas y amenazas de muerte por sus reportajes publicados en el periódico Reforma”.

Enseguida, el autor de Huesos en el desierto formula una afirmación fantástica:

“Los homicidas, en realidad, son dos sicarios del narcotráfico, que tienen vínculos al más alto nivel de poder del país”.

“El autor dejó claro que su obra «no contiene ni un elemento de ficción, porque existe el riesgo de utilizar estos temas como pretexto literario, y no es algo afortunado, al menos en casos que todavía están abiertos». Matizó, no obstante, que «sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve, si hubiera realmente voluntad»”, según La Vanguardia.

El reportero de Reforma, Sergio González Rodríguez, recién publicó su libro Huesos en el desierto, en la editorial Anagrama de Barcelona. Se encuentra en plena campaña de promoción. Se entiende que sus declaraciones sean más que nada un truco de mercadotecnia, pero sus afirmaciones son muy aventuradas: combina datos reales con la imaginación, aunque él diga lo contrario.

Lamentablemente González Rodríguez prefirió imaginar que investigar. Sólo así puede entenderse su teoría de que una “logia” que comete “homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte”. O que formule declaraciones alejadas de las normas del periodismo de investigación y de precisión, como “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve”. O un desliz como el afirmar: “Los homicidas (…) son dos sicarios del narcotráfico”.

Es probable que algunos de los homicidios no esclarecidos los hayan perpetrado sicarios de la mafia. Pero es insostenible la versión de que los casi 300 casos sean crímenes “rituales” cometidos por “dos personas”.

Sus afirmaciones a la prensa contradicen lo publicado en su propio libro, del cual se desprende que en Ciudad Juárez han ocurrido homicidios por las más variadas causas: motivos pasionales, por violencia intrafamiliar o enfrentamientos entre pandillas, por ejemplo.

Teoría fuera de contexto

Como catálogo de fuentes hemerográficas y bibliográficas sobre los homicidios de mujeres, Huesos en el desierto es la mejor obra publicada, pues dedica 42 páginas (en un libro de 335) para señalar el nombre de los reporteros y los periódicos donde se publicaron la mayor parte de las notas que utilizó en su redacción.

En suma, el libro de Sergio González Rodríguez es una buena cronología, no necesariamente una buena crónica, acerca de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Se da el lujo de incluir todas las versiones posibles acerca de los móviles y los asesinos, pero no considera el testimonio de primera mano de familiares de las víctimas, cuyas referencias son escasas en las páginas de Huesos en el desierto.

Su falta de rigor y de conocimiento de la frontera lo hicieron incurrir en imprecisiones graves, incluyendo las cometidas en sus declaraciones, en buena parte influenciadas por la lectura de El Paso Times, que atribuyó los asesinatos a “una camarilla de hombres ricos y poderosos”; a “un asesino en serie, o varios de ellos”; a “el cartel de narcotraficantes encabezado por Carrillo Fuentes” y a “asesinos protegidos por policías y funcionarios corruptos”.

El Paso Times también publicó que “las mujeres están siendo asesinadas en ritos satánicos. O están siendo sacrificadas para obtener sus órganos para transplantes”. El periódico paseño sostiene tales conclusiones en una serie de reportajes publicados en junio pasado.

González Rodríguez tomó de esos reportajes los elementos para alimentar su versión acerca de los homicidios de mujeres y establecer la teoría sobre los posibles autores que ha sido difundida por la prensa. Así es como en el capítulo “La pequeña holandesa”, le concede crédito ilimitado a un ex policía llamado Felipe Pando.

Escribió el reportero de Reforma en la página 136 de Huesos en el desierto:

“Otro de los posibles sospechosos, de acuerdo con Felipe Pando, ex jefe de homicidios en Chihuahua y luego funcionario de la policía municipal de Ciudad Juárez, es Pedro Padilla Flores. Padilla fue encarcelado en 1986 por la violación y el homicidio de dos mujeres y una niña de 13 años, aunque confesó más asesinatos -solía arrojar los cuerpos de sus víctimas en el Río Bravo-. En 1991 escapó de un penal y continúa prófugo. Adicto al consumo de droga Padilla vivía en el distrito Mariscal del centro de Ciudad Juárez cuando fue arrestado”.

González Rodríguez transcribió casi textualmente varios párrafos de una nota publicada en El Paso Times el lunes 24 de junio de 2002, aunque no lo aclara en esa página. Y al apropiarse a ciegas de lo publicado en otro periódico, fue víctima de la flojera para investigar esa versión.

En efecto, Felipe Pando fue “jefe de homicidios” y “funcionario” de la policía municipal. Pero su biografía es mucho más que esa única referencia y probablemente sea uno de los ex policías con menos credibilidad en Ciudad Juárez.

En realidad, la de Pando es una de las biografías más oscuras de la frontera como para citarlo como fuente fuera de su contexto personal.

Felipe Pando trabajó como policía durante 32 años. Fue agente de la temida Policía Secreta hasta 1982, cuando esa corporación despareció por decreto presidencial. Dentro de la Policía Judicial del Estado estuvo siempre en el grupo de homicidios. En 1991 fue ascendido de Jefe de Grupo a Segundo Comandante, pese a las acusaciones en su contra de grupos como la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos y el Comité Independiente de Chihuahua Pro Derechos Humanos, que lo señalaron de utilizar la tortura en vez de métodos de investigación.

Pando fue obligado a separarse del cargo de Segundo Comandante de la Policía Judicial del Estado cuando el 7 de febrero de 1992 la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió la recomendación 13/92, solicitando al gobernador Fernando Baeza investigar y ejercitar acción penal en su contra, así como de otros agentes policiacos.

La institución documentó y demostró que Felipe Pando participó en el arresto ilegal y actos de tortura en contra de Marco Arturo Salas Sánchez y Sergio Aguirre Torres, quienes fueron obligados a declararse culpables del homicidio del periodista Víctor Manuel Oropeza, ocurrido el 3 de julio de 1991.

El ex policía reapareció nueve años más tarde. En noviembre de 2001 fue contratado como “asesor” de asuntos internos por el director de Policía, Guillermo Prieto Quintana, quien ocupó el cargo buena parte de los nueve meses que duró en el poder un concejo de gobierno provisional, después de que se anuló la elección de presidente municipal.

Según distintas versiones, por gestiones de Prieto Quintana, Pando se involucró irregularmente en la supuesta investigación que derivó en el arresto de los dos choferes acusados de asesinar a las ocho mujeres cuyos cadáveres fueron hallados noviembre de 2001 en un campo algodonero.

Posteriormente, se vio involucrado en la supuesta investigación que condujo al arresto de los presuntos homicidas de la profesora Elodia Payán, asesinada en agosto de 2000. Irregularmente tuvo en sus manos el expediente de la indagación y hasta se presentó con familiares de la víctima.

El caso se contaminó de tal forma que el 16 de agosto de 2002, la juez Séptimo de lo Penal, Flor Mireya Aguilar Casas, dictó auto de libertad absoluta sin fianza ni protesta a los dos hombres que fueron acusados por el homicidio de la profesora Elodia Payán. En su resolución, la juez afirma que los acusados fueron violentados física y moralmente para declararse culpables. La juez comprobó que el día del crimen, Chavarría Barraza se encontraba preso en el Cereso por el delito de robo.

En sus declaraciones a la prensa, que he citado, Sergio González Rodríguez afirma “que los homicidios de más de 300 mujeres estarían vinculados al narcotráfico y grupos de poder formados por empresarios, políticos e incluso policías”.

La paradoja es que él mismo, embriagado por su teoría de la conspiración, le da crédito a la versión de un policía que ha sido acusado de torturador y de fabricar culpables.

Teoría de la conjura

Casi para concluir su libro, González Rodríguez publica un “Epílogo personal”. Dedica esa parte a tratar de convencer al lector de que un “secuestro exprés” del que fue víctima la noche del 15 de junio de 1999 cuando abordó un taxi en la colonia Condesa fue motivado por los artículos que ha publicado en relación a los homicidios de mujeres de Ciudad Juárez.

Pero en ninguna de las 13 páginas del capítulo establece una amenaza directa. La única referencia es cuando un amigo no identificado en esa página del libro, la 275, le pregunta: “¿La golpiza tuvo que ver con tus reportajes sobre Ciudad Juárez?”

Quien lo cuestionó fue Carlos Monsiváis, sólo que González Rodríguez lo identifica hasta el capítulo dedicado a las “Fuentes”, en la página 324, donde escribe: “Carlos Monsiváis fue el amigo que inquirió al autor sobre la posible causa del asalto y las amenazas”.

González Rodríguez no documenta ninguna amenaza directa en su contra. Es más, narra cuando al acudir a ratificar su denuncia por “robo con violencia”, como se tipificó su secuestro, los empleados le dijeron que necesitaba él mismo solicitar al banco las fotografías de la persona que retiró dinero de un cajero automático con su clave. “En suma —escribe— tenía que hacer parte de su trabajo. Jamás volví”, cuenta.

Pero en vez de denunciar la negligencia de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, optó por difundir la teoría de una conspiración en su contra. De la lectura de ese capítulo se establece que todo lo relacionado antes y después en torno a los homicidios de mujeres, tiene qué ver con sus publicaciones en Reforma: más homicidios, tanto de mujeres como de ex policías, sustitución de jefes policiacos, operativos y hasta el asesinato de una locutora de radio del Distrito Federal que había hablado sobre Ciudad Juárez. También cita fuera de contexto el homicidio del reportero José Ramírez Puente, cometido en Ciudad Juárez en 2000, el cual permanece impune.

Sergio González Rodríguez no es el único que ha denunciado represalias por escribir en relación a los homicidios de mujeres. También las promotoras del documental Señorita extraviada, de Lourdes Portillo lo han señalado. Según La Jornada, en una nota del 19 de julio: “La cineasta (…) ha evitado regresar a Ciudad Juárez ante el temor de ser víctima de alguna represalia”. Portillo no ha sido amenazada, pero cada vez que se exhibe su documental los presentadores afirman que no viene a México por miedo.

En suma, por influencia de El Paso Times, en Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez le concede crédito a las palabras de un policía con un pasado oscuro como Felipe Pando.

E influenciado por ese tipo de medios, declaró a la agencia EFE que una “logia” está detrás de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez y que “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve” y que “los homicidas (…) son dos sicarios del narcotráfico”.

* Extracto de la ponencia que el autor leyó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en la Ciudad de México, el jueves 21 de noviembre de 2002, en las Jornadas Universitarias “Ciudad Juárez: ni una muerta más, ni una mujer menos”.

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