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El caníbal de Chihuahua

Gilberto Ortega Ortega, el homicida más buscado en la ciudad de Chihuahua en la década de 1990, fue opacado por el asesino serial inventado en Ciudad Juárez. Pero él, el verdadero depredador humano, quizás el mayor que pueda existir en México, ha regresado ahora que «Joel» vuelve a ordenarlo, según dice.

Nadie supo jamás cómo llegó Gilberto Ortega Ortega a las oficinas de campaña de José Mario Rodríguez, quien buscaba ser diputado federal del PAN por el Sexto Distrito Electoral de Chihuahua, en junio de 1997. Pero pronto, el hombre de 27 años, sería la peor de las referencias no sólo para el político y los brigadistas que le apoyaban, sino para la ciudad entera.

Mezclado entre cientos de entusiastas seguidores del candidato, Ortega escondía su identidad de asesino. En realidad estaba ahí porque acechaba a su víctima: uno de los pequeños repartidores de propaganda de apenas 11 años, que al mismo tiempo trabajaba como vendedor de periódicos y chicles.

“Era un tipo conflictivo, altanero y presumía ocasionalmente de ser homosexual”, recordó meses más tarde José Mario Rodríguez, impresionado por lo que ese hombre, de penetrantes ojos azules y un metro con noventa de estatura, confesaba a las autoridades, que lo capturaron el martes 25 de noviembre de ese mismo año.

Unas cuantas semanas antes de sumarse a las brigadas del PAN, Ortega había solicitado su baja como policía municipal en Doctor Belisario Domínguez, un pequeño pueblo ubicado a menos de 50 kilómetros al suroeste de la capital del estado. Tomó la decisión de sumarse a la campaña después de observar a Jaime Espinoza Estrada, un día que condujo su LTD negro del 73 por el norte de la ciudad.

Al ex policía le bastaron unos cuantos días para ganarse la confianza del menor. El 21 de junio, el barrendero de las oficinas del candidato los vio partir juntos, a bordo del LTD, y nadie volvió a saber de Espinoza hasta el día en que Ortega confesó que le había dado muerte, tras ser aprehendido por el asesinato de otro niño de 13 años.

La muerte del brigadista fue espantosa. Ortega conmocionó a la ciudad entera cuando dijo que le había atado las muñecas al tronco de un árbol y los tobillos a la defensa delantera de su auto, al que luego puso en marcha de reversa para ver la forma en que reventaba el cuerpo.

Es tan indolente y frío como nadie que se recuerde. Siguió unos días sumado en las brigadas y no sólo mintió al padre del menor, un hombre de 72 años, al decirle que desconocía la suerte de su hijo desaparecido. También ocultó su placer por el dolor y fue capaz de burlar a la policía al ser interrogado.

El día de su captura, Ortega llevaba 40 evadiendo la justicia. Era el principal sospechoso del asesinato de Adán Durán Leos, un vecino suyo que cursaba la secundaria. A él, porque simplemente despertó con ganas de matar, dijo, le metió cuatro balazos en la cabeza y después lo tiró a las faldas de un cerro, con las manos atadas por la espalda.

Ortega fue sentenciado a una pena conjunta de 75 años por ambos homicidios, el nueve de julio de 1998. Un año después, el 29 de julio, fue transferido al penal de máxima seguridad de Puente Grande, en Jalisco y de ahí enviado poco más tarde al Cefereso de Ayala, en Morelos. Al penal de Chihuahua retornó el 25 de noviembre del 2003.

Antes de irse confesó que había dado muerte a 40 personas, pero se reservó datos que sirvieran a la policía para hallar los cuerpos.

Su caso, pese a la brutalidad de sus actos, estaba olvidado. Él mismo era un desterrado de la memoria criminal, hasta que a principios de este año reapareció con noticias que superan sus confesiones del pasado: de todas sus víctimas, a 21 les devoró las entrañas por puro placer, declaró ante un agente del Ministerio Público a quien mandó llamar con urgencia, un día que despertó con ganas de retomar el hilo de su historia de asesino.

II

-Leí una declaración tuya, en la que dices que devoraste algo de…
-¿sus órganos?

-Sí
-Sí. Lo que pasa es que yo miré una película hace mucho tiempo y decidí pues, ponerlo en práctica. Y me gustó la idea y, pues me gustó

-¿Desde el primero de los niños?
-No, no. Como con unos 20, que fue a los que yo me comí

-Qué película fue
-El silencio de los Inocentes

-En qué año la viste
-En 1988.

A Ortega le disgustan los espacios abiertos. Es un hombre vulnerable cuando atraviesa los pasillos y patios del penal, a pesar de su estatura y corpulencia.

Sus terapias prefiere recibirlas en locutorios pequeños y cerrados, sin más testigos que el celador que siempre lo vigila, y el psicólogo que lo evalúa.

Es un hombre dispuesto a hablar de sus crímenes, que describe con imágenes concretas, en piezas enormes que omiten detalles. De su vida habla poco. Desconfía de quienes jamás ha visto; le encrespan los nervios pero no los evade. En sus ropas busca la comodidad que le falta en prisión, siempre anda con trajes deportivos y tenis.

Es un enfermo. Sufre de esquizofrenia paranoide.

“La esquizofrenia le provoca alucinaciones”, dice Macario Vela Corral, uno de los psicólogos que lo atiende. “Quienes lo vieron con anterioridad, cuando se llevó su proceso, lo manejaron como un sociópata, quien agarraba y mataba gente, y no había dolor, no había pena ni sentimiento de culpa”.

Aquí, igual que en los otros dos penales, jamás ha mostrado agresividad. Es un interno rutinario, de un sedentarismo que lo aísla. Le gusta pasarse las horas frente al televisor, o leyendo literatura policíaca. La única inquietud que ha demostrado en meses fue hace poco, en enero, cuando anunciaron la trasmisión de El silencio de los inocentes.

No se inquietó siquiera cuando mandó llamar al ministerio público para decirle que Joel, su amigo imaginario, el que le ordena matar, le había dado la nueva encomienda de confesar, de tres en tres, los 37 homicidios que dice haber consumado desde que cumplió 12 años.

-Cometer los asesinatos, ¿fue un acto espontáneo o algo planeado?
-No, prácticamente a mí, mi amigo, es quien me ordena ejecutar a las personas

-Quién, perdón
-Un amigo

-Cómo se llama
-Joel

-¿Desde cuándo existe Joel?
-Desde que tengo cuatro años de edad

-Y ¿siempre es agresivo, Joel?
-Bueno, en ciertas ocasiones.

III

Antes de ser policía, Gilberto Ortega Ortega se dio de alta como soldado raso, el 17 de septiembre de 1990, en el 25 Batallón de Infantería, con sede en la capital del estado. Un tiempo después fue enviado a Michoacán, y tres años más tarde, el 16 de septiembre de 1993, decidió darse de baja.

Nació en General Trías, un municipio a mitad del camino entre las ciudades de Chihuahua y Cuauhtémoc. Su padre fue un capitán del ejército mexicano a quien su madre conoció fuera de matrimonio, según consta en el expediente judicial. De niño vivió en el estado de Washington, donde todavía residen sus hermanos menores.

Era un gran conocedor de las armas, de la defensa personal y de las estrategias de evasión. Dominaba perfectamente el territorio donde actuó y por eso le fue fácil escapar, dijo en su momento Antonio Navarrete, entonces jefe de homicidios de la Policía Judicial de Chihuahua.

Pero el martes 25 de noviembre de 1997, Ortega cometió un error. Un exceso de confianza le hizo salir a la calle, en donde fue reconocido por una mujer, quien semanas antes vio su fotografía en los diarios locales. Llamó temprano a la policía, y por la tarde la casa en donde se ocultaba estaba rodeada por decenas de agentes fuertemente armados.

-¡Sal de ahí, cabrón!-le gritó Navarrete-
-¡Nada, nada. Aquí estoy!-respondió Ortega mientras salía con las manos en alto-

Ortega le había dado la vuelta a buena parte del estado. Tras matar a Adán Durán Leos, la noche del sábado 12 de octubre, durmió en la casa de su madre, en el Infonavit Nacional, y al día siguiente partió con rumbo a General Trías, en donde abandonó su LTD. Antes pasó al ejido Francisco Villa, en donde dejó encargada el arma a un amigo suyo llamado Manuel Vargas. De General Trías siguió a Cuauhtémoc y desde ahí atravesó otros dos municipios para internarse a Sonora, por Yécora.

La casa en donde fue aprehendido pertenecía a Carlos Méndez Chávez, un criminal de bajo perfil que fue asesinado dentro de la antigua Penitenciaría del Estado.

-¿Te sorprendió la captura?
-No, yo ya esperaba algo

-¿Sentiste temor?
-No, lo único que pensé es que ya me llevó la chingada

-¿Estabas armado?
-No. De hecho mi arma ya no tenía cartuchos, por eso no me encontraba armado en ese momento

-Y qué estabas haciendo en ese momento
-Nada, esperándolos.

Adán Durán Leos, de 13 años, conoció a Gilberto porque esporádicamente se juntaba con uno de sus hermanos menores. Todos ellos solían reunirse afuera de su casa, en la esquina de las calles Xóchitl y Chichén Itzá, en el mismio Infonavit Nacional.

Leos nació en Ciudad Juárez. Llevaba, junto a sus padres y un hermano menor, seis años en Chihuahua, a donde mudaron su residencia por la inseguridad de su tierra natal.

La noche del sábado 12 de octubre todos ellos jugaban al momento en que se apareció Ortega. Poco antes de las nueve, lo convenció para ir a pasear en el LTD. Cuatro meses atrás Ortega había asesinado a Jaime Enrique Espinoza, y ese día quería repetir la historia.

A la policía confesó que trató de violar al menor. Como se resistió, lo sometió a golpes y le ató las manos por la espalda. Después enfiló con rumbo al noroeste de la ciudad, hasta detenerse en un cerro ubicado detrás del hotel más lujoso de la ciudad, El Soberano.

Ahí lo bajó del auto, lo arrastró unos metros y le dio cuatro balazos en la cabeza con una pistola calibre .22.

-¿Te gustaba decirles que ibas a matarlos?
-Por su puesto

-¿Eso te provocaba algo?
-Placer.

IV

A los seis años, mientras vivía en Washington, Ortega fue violado por cuatro parientes suyos. A los cuatro los mató, uno por uno. Eso dijo a las autoridades durante el proceso que se le abrió por el homicidio de los dos menores. En Estados Unidos no hay registros de esos crímenes y él no ha querido revelar más datos.

“Eso es en parte lo que lo vuelve agresivo con los niños”, dice el psicólogo Macario Vela Corral. “Pero básicamente lo que manifiesta es lo que Joel le ordena”.

-Qué pasa en esta relación tuya con Joel, Gilberto
-Pues, somos muy buenos amigos

-De niño, qué te decía
-Cómo de qué

-No lo sé, cualquier cosa
-No, pues no sé qué es lo que me quiere preguntar

-¿Era, por ejemplo, alguien que desde niño te insinuó matar?
-De hecho, él es el que me ordena que mate, pero nomás, es todo.

Por lo general evita salir a los patios del penal. Cuando cruza los pasillos lo hace siempre pegado al celador. Muy pocas veces se aventura solo. Los internos lo llaman la Tota, un mote que le perturba por su alusión homosexual.

Ortega jamás dijo al juez o al ministerio público que le gustaba comerse las entrañas de algunas de sus víctimas, pero durante su primera estancia en el penal produjo una serie de mapas y dibujos inquietantes. En cada uno de ellos, dicen los psicólogos, ofrece detalles impresionantes sobre la forma en que destazó los cuerpos.

Son dibujos a lápiz, pero en las heridas pintó con su sangre. Para hacerlo, se mordió los dedos.

Es posiblemente el momento en el que se manifestó su patología en prisión. Fue el momento en el que sus alucinaciones comenzaron a liberarse, dice Vela Corral. Pero nadie se dio cuenta.

“Gilberto mata básicamente por su enfermedad. No siente remordimientos, eso es un hecho. Y cuando por alguna causa se la ha dejado de suministrar el medicamento, sus alucinaciones son hasta táctiles”.

-Qué sueñas, regularmente
-Pues, tengo sueños de cuando cometo los homicidios. Me resulta agradable

-¿Algunas veces son pesadillas?
-No las considero pesadillas.

Joel había estado ausente. Al menos es lo que indican los reportes del psiquiatra y los psicólogos.

Ortega ha sido medicado conforme indica el tratamiento y desde antes del fin de año la conducta que demostró era apacible, sin tormentos ni alucinaciones.

De pronto volvió.

-Solamente te han fincado cargos por dos casos, Gilberto…
-Sí, pero entregué otros tres

-Qué hiciste con los cuerpos
-Pues los enterré, les puse piedras encima… cualquier cosa

-¿Supiste si encontraron alguno?
-No creo. A la fecha no han encontrado a nadie

-Y¿ porqué no les dices en dónde, a la policía?
-Pienso entregar tres cuerpos por año

-¿Por alguna razón?
-Bueno, porque así lo decidió Joel.

-Dices que el primer homicidio en Chihuahua lo cometiste en 1990, al volver de Estados Unidos. A él ¿le comiste algo?
-Sí, los intestinos

-¿Crudos?
-No, semicocidos… sancochados

-Y, ¿con los demás?
-Pues con algunos

-¿Siempre los cocinabas?
-Sí

-¿Te gusta cocinar?
-No.

Detrás del hombre apacible al que no le tienen vigilancia especial, se mantiene oculto un individuo peligroso en extremo. No sobra decirlo, dice el psicólogo Vela Corral.

“Hay que andarse con cuidado. Siempre”, explica.

Gilberto Ortega Ortega, el homicida más buscado en la ciudad de Chihuahua la década anterior, fue opacado por el asesino serial inventado en Ciudad Juárez. Pero él, el verdadero depredador humano, quizás el mayor que pueda existir en México, ha regresado ahora que Joel vuelve a ordenarlo.

Pero nadie parece tomarlo en serio. En su pena acumulada de 75 años sólo puede encerrársele un máximo de 40 años, de los cuáles ya purgó 16, pues las noches cuentan como un día. Le restan 11 años reales en cautiverio.

-Qué piensas de tu futuro, Gilberto
-Permanecer en prisión si así lo decide la autoridad. Si no, a ver qué pasa

-¿Volverías a hacerlo?
-Por su puesto. Si estuviera en la calle, sí

-¿Es algo que no controlas?
-No se trata de que lo controle. Es que Joel me lo ordena.

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