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Los Carrillo Fuentes llegan a Chihuahua

Amado Carrillo Fuentes llegó a Chihuahua como «un encargo» del cártel del Pacífico. Fue «asignado» a Ojinaga con un capo de leyenda: Pablo Acosta. Las purgas lo llevaron a la cabeza del cártel de Juárez, convertido, bajo su mando, en La Federación.

Por José Pérez-Espino y Alejandro Páez Varela

Rafael Aguilar Guajardo estaba sentado junto a un árbol, en la entrada de un restaurante, con su esposa e hijos. Habían dado un paseo en lancha por Laguna Nichupté. Los testigos contarían después que él observó cuando un auto negro se detuvo y un hombre bajó con una metralleta. Corrió hacia la puerta del negocio, pero las balas lo alcanzaron, al igual que a una turista que también murió.

Los jefes del cártel de Juárez fueron prófugos a los que la justicia nunca había perseguido. Una semana antes de ser asesinado, Aguilar Guajardo se había registrado con su nombre verdadero en un hotel de Cancún y viajaba en aerolíneas comerciales sin ocultar su identidad. El 12 de abril de 1993 le dispararon cuando estaba de vacaciones con su familia. Según la Procuraduría General de la República, lo asesinó Erick Linares Villa, un mítico pistolero, famoso por su puntería, en complicidad con Silvino Aguirre Fierro y Refugio Arias Urías. Los tres salieron libres casi un año después, gracias a un amparo.

Aguilar Guajardo fue el principal fundador de la corporación criminal más antigua y estable del país, junto con Eduardo y Rafael Muñoz Talavera. Se paseaba por el territorio nacional a sabiendas de que era protegido por la fina estructura que él mismo forjó durante años. En realidad, más que fundarla, la ordenó: logró articular a los grupos dispersos que durante décadas se dedicaron al contrabando (de drogas prohibidas, alcohol, personas, autos, armas). Sistematizó la corrupción policial, reclutando a favor de su causa elementos de los cuerpos de seguridad de los tres órdenes de gobierno. Él mismo fue comandante regional de la extinta Dirección Federal de Seguridad, donde aprendió que el poder real está en la calle, entre quienes controlan la vigilancia preventiva, persiguen los delitos o cuidan la línea divisoria. Hubo momentos en los que las comandancias de las policías judiciales, federales, estatales y de aduanas, trabajaban para su organización.

Quienes lo conocieron, afirman que Aguilar Guajardo era todo un caballero, un publirelacionista natural. «Un padrino que resolvía problemas sólo con ordenarlo, como el traslado a Estados Unidos en un avión privado a un hijo enfermo o la restauración completa de una iglesia», cuentan.

Cuando estuvo en el Cereso de Ciudad Juárez, pidió que repartieran cobijas entre activistas que fueron detenidos durante un enfrentamiento con la policía, el 20 de noviembre de 1986, en pleno conflicto postelectoral. En pueblos enteros de Chihuahua todavía lo recuerdan como un benefactor. Transitaba por sus calles saludando a los vecinos igual que contrataba artistas para el exclusivo Club Premiere, en Ciudad de México, o para el Lido de París, en los años ochenta.

Eran años de estabilidad, producto del respeto a los códigos no escritos de cuidar la plaza y el territorio repartido, de no «calentar» la frontera con balaceras en la calle y de no matar a inocentes.

Su homicidio terminó con una era en la que los nacidos en Ciudad Juárez tenían el control de la organización, identificada como «cártel de Juárez», para dejar paso a los oriundos de Sinaloa.

Así subió Amado Carrillo Fuentes al poder. Así llegaron los Carrillo a Chihuahua, desde Sinaloa. La estructura «tradicional» del cártel les abrió los brazos, les prestó la plaza, les dio a ganar y ganaron con ellos.

Así nació La Federación, la más grande organización criminal de México hasta estos días, comparable con cualquiera de las mafias italianas, con las triadas chinas y, se dice, incluso superior a la mafia rusa.

Las vacaciones

-Ya vengo, Pablo. ¿Se le ofrece algo?

Sucedió hace 22 años, por estas fechas, en abril. Amado Carrillo Fuentes era el jefe de escoltas de Pablo Acosta, conocido como El Padrino, El Pablote, El Zar. Pero el de Navolato, Sinaloa, no era un personaje menor: representaba los intereses del Cártel del Pacífico en Chihuahua, y en particular los de Don Neto, Ernesto Fonseca, su tío, quien lo había «asignado» a Ojinaga con sus amigos, especializados en la siembra y exportación de mariguana y ahora, por la influencia de los sinaloenses, metidos también en la coca.

Amado Carrillo «puso» a El Pablote con el comandante Guillermo González Calderoni a cambio de la plaza. Le dio santo y seña de su paradero; garantizó que estuviera solo, desprotegido. Se encargó además de difundir que lo habían matado porque él no estaba cerca; quería evitar que lo tildaran de traidor.

Días antes de que las fuerzas federales asesinaran a Acosta en el ejido Santa Elena, en la sierra de Ojinaga, Chihuahua, Amado le pidió unos días para ir de vacaciones a Sinaloa, a su pueblo. En realidad se trasladó a Ciudad Juárez a esperar las noticias de lo que, ciertamente, vendría. Se escondió. Era abril de 1987.

Don Neto había caído dos años antes, en 1985, en Puerto Vallarta. Lo persiguieron día y noche, a él y a Rafael Caro Quintero, por su participación en el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar. Amado estaba, entonces, por su cuenta.

El reacomodo producido por la muerte del Kiki Camarena le abría enormes posibilidades a alguien como él, que conocía el trasiego de la droga de punta a costa, y ya dominaba, además, las relaciones con Colombia.

El reacomodo que hundió a su tío, lo beneficiaba. Sólo le estorbaba Pablo Acosta, su patrón.

-Ya vengo, Pablo. ¿Se le ofrece algo?-, dijo Carrillo Fuentes al ranchero de Ojinaga. Dicen que así se despidieron; fueron las últimas palabras que ambos intercambiaron. Lo demás es una nube de gritos, balas, polvo. Pablo murió ese abril, amaneciendo. Cuentan que era un abril fresco.

Poco después, Amado movió su centro de operaciones de las rancherías y las sierras a la ciudad, a Juárez.

Amado se instaló junto con los otros capitanes del cártel, entonces en manos de «Los Rafaeles», Aguilar Guajardo y Muñoz Talavera. Creció.

Y luego vino otra purga, seis años después de la muerte de El Pablote. También en abril. Fue la última purga que Amado vio en vida. En la siguiente, la muerte lo alcanzó a él.

(Publicado en El Universal, el 3 de abril de 2009).

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