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Guillén Celaya: el mexicano del Granma

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Alfonso Guillén Zelaya es el único mexicano que zarpó de Tuxpan, en el Granma, acompañando a Fidel Castro para hacer la revolución en Cuba. Era el más joven de todos. Buen tirador, juarense nacido en Torreón. El destino quiso que también en tierras de Chihuahua muriera, aunque sus restos descansan en Cuba, como lo que fue, expedicionario y héroe nacional de una revolución que languidece, ante el acoso del Destino Manifiesto.

Por ANTONIO PINEDO

Lo vi llegar a las oficinas de la revista después de comida,  serían las cuatro de la tarde, el pelo y las abundantes barbas ya eran blancas,  con vestigios de su rubio original, ojos azules. Parecía un gringo viejo que le tocó la época hippie. Pantalón de mezclilla deslavado, camiseta con muchas batallas libradas. Venía de buen humor, contento, sonriente, fue hace doce años, recientemente supe de su carácter mordaz, puntilloso, para quienes les caía mal. En aquella ocasión se veía resplandeciente, reencontrándose con la ciudad de su infancia y juventud. Aquí en el antiguo Paso del Norte vivió los tiempos en que se hacen los amigos para toda la vida, tal vez por ello se veía feliz. En las palabras reconocí al norteño de México, al chihuahuense, pero su acento lo delataba como cubano.  Guillén Zelaya, el único mexicano que zarpó de Tuxpan, en el Granma a hacer la revolución en Cuba. El más joven de todos. Buen tirador, juarense nacido en Torreón. El destino quiso que también en tierras de Chihuahua muriera, aunque sus restos descansan en Cuba, como lo que fue, expedicionario, héroe nacional de una revolución que languidece, ante el acoso del Destino Manifiesto.

Escogió llamarse Guillén en recuerdo a su tío Alfonso Guillén Zelaya, poeta nacional de Honduras, en donde «El almendro en el patio» es como para nosotros la Suave Patria.

Guillén pues, será el nombre del guerrillero, del revolucionario, pero cuando llegó a Juárez a mediados de los años cuarentas, era sólo Alfonso, para sus amigos de la Secundaria del Parque —Federal No. 10—, «El Güero» Zelaya, bueno para las novias y los escarceos en el Parque Borunda.

Había nacido el 9 de agosto de 1936 en una casa de campaña, en Torreón, Coahuila, hijo de exiliados hondureños. Su padre un revolucionario obligado a dejar el terruño en las luchas sociales, trabajaba y como ingeniero en obras públicas federales. Su llegada a la frontera de Juárez, fue en lo que entonces era un lejano poblado llamado Zaragoza, tenía estatus de sección municipal y entre su historia se anota que en su plaza pasó por primera vez revista a las tropas revolucionarias  Francisco I. Madero. Fue en la escuela primaria de  este poblado, hoy tragado por la mancha urbana de la gran ciudad, que estudió los últimos tres años de su enseñanza elemental.

De esos años tiene buenos recuerdos y considera que «la formación recibida por acá influyó en mis decisiones, si tú quieres de manera inconsciente, porque estábamos todavía muy chavalos, pero bueno, yo me acuerdo que cuando en Cuba se suscita el intento de golpe de estado, nosotros salimos a la calle a protestar contra batista; este quizá es el primer dato que yo tengo de esto», dice al referirse a su posterior incursión en la revolución cubana.

Era un muchacho como todos, recuerda con singular alegría el chicle que le puso en la silla a la profesora Guillermina Diéguez, con esa broma «me hice medio famoso».

De la secundaria del parque recordaba recuerda muy bien al «Taquito» —Pedro Rosales de León, quien hoy hasta nombre de calle tiene—, a Edmundo J. Diéguez.

«Alfonso Zelaya describe repetidamente que la etapa más importante de su formación, fueron los casi nueve años que vivió en Ciudad Juárez: «Ahorita vengo precisamente de visitar la casa donde viví, esta igualita, yo dormía en el tercer piso, y me dejaron entrar, ahora es un altar a Cristo, tienen santos y yo en broma les decía a las religiosas, que de ahí había salido un Santo y había entrado otro, me dio mucho gusto que ahora esté habitada por Dios»».

El encuentro con El Ché

En Juárez, entre novias y bromas a los profesores se definía su futuro, a los 14 años de edad ingresó en la Juventud Socialista Mexicana, de esta etapa es el recuerdo de haber salido a manifestarse contra el dictador de la Isla de Cuba, Fulgencio Batista. Deja la frontera para continuar sus estudios en la Vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional.

Quien sabe si la predestinación exista, pero Guillén en 1954 se va a la capital a continuar sus estudios. Residía por entonces en la casa de Tokio No. 35, casi esquina con Sevilla, en casa de su tía Isabel Alger, hermana de su madre y agregada cultural de Honduras. Frecuentaban la casa exiliados latinoamericanos y en diciembre de 1954 la visitó el joven médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, ocasión en la que se conocieron. En esta etapa, Alfonso Zelaya Alger, era estudiante de la Vocacional y continuaba con su militancia en las juventudes socialistas, ya que su padre el ingeniero Zelaya lo había educado en las ideas marxistas.

Por medio del doctor Enrique C. Henríquez, ex representante al Congreso cubano y cuñado de Carlos Prío Socarras(4), por aquel tiempo exiliado en la capital mexicana, se relaciona nuestro Güero Zelaya con problemática política cubana.

Un octubre en el DF siempre es agradable, incluso ahora con la contaminación, y fue precisamente el nueve de este mes del año de 1955, cuando Zelaya paseaba con unos amigos por el Bosque de Chapultepec, que conoció a Fidel, por ahí andaba El Ché ganándose la vida tomando fotos.  En torno al monumento de José Martí se arremolinaba un grupo de personas que escuchaba el verbo encendido de Fidel Castro, cuyas palabras finales alcanzó a oír y quedó hondamente impresionado.

También Henríquez, lo había puesto en contacto con Marta Eugenia López, quien al hablarle de su deseo de colaborar con los cubanos en la aventura que se avecinaba, lo puso en contacto con el exiliado cubano Héctor Aldama, militante del Movimiento 26 de Julio, eran los inicios del año de 1956. En abril del mismo año, Alfonso Zelaya  visita a Aldama y le insiste en colaborar  con el movimiento en México. Entonces Héctor lo cita para la mañana siguiente. Esa mañana viaja con Fidel y otros cubanos al campo de tiro Los Gamitos, es un grato viaje, la primavera luce espléndida, al igual que el ánimo de los inquietos y jóvenes revolucionarios, ahí realizan prácticas de tiro.

Guillén recuerda:

«Fíjate que Fidel tenía un tiro extraordinario, ahí lo vi disparar, pusieron siete botellas y una por una las fue tirando; luego me tocó a mí el turno, yo nunca había disparado con pistola calibre 45, sólo con 38, que pues era la reglamentaria, y fallé la primera botella, pero todas las siguientes cayeron».

No eran echadas las del juarense-torreonero —dirían hoy— en su evaluación de campo de tiro constó: «Buen tirador. Excelente resistencia física, muy disciplinado. Algunas planchas y paso dobles por sonrisas. Magnífico combatiente de primera línea y apto para mandar. Reacciona rápido ante cualquier situación», así lo consigno la periodista e historiadora cubana Marta Matamoros, en la nota luctuosa aparecida en su columna «Le contesta bohemia», de abril de 1994.

El reclutamiento

Después del primer día de practicas con armas es citado para el día siguiente. Acude al apartamento de Amparan No. 49-C, donde residía María Antonieta González, conoce a Raúl Castro, conversan ampliamente, es lógico suponer que el hermano de Fidel, sondea al joven mexicano de sólo 19 años de edad, que un día antes había demostrado lo que aprendió en el Pentatlón Deportivo Militarizado de Ciudad Juárez.

Raúl se convence y lo informa sobre los objetivos del movimiento y los planes de insurrección. Lo instruye para que vaya por sus pertenencias a la casa de su tía y se instale en la casa campamento de Insurgentes No. 5.

Así lo recuerda Zelaya: «’Recuerdo que Raúl me preguntó si había pedido permiso en mi casa, pues de acuerdo a aquel año la mayoría de edad eran los 21 y yo tenía 19 años, pero yo le dije: desde cuándo hay que pedir permiso para hacer una revolución’». Esa noche no hay insomnio, el joven recoge sus cosas y decidido se instala en la casa donde conoce al resto de los combatientes en las actividades de preparación.

Al tiempo, padres y hermanos comienzan a buscar al joven extrañamente desaparecido, pues no había dejado ninguna nota o mensaje. El propio Fidel Castro le instruye a escribir tres cartas a la familia, con el objetivo de desinformarlos y entrar a la clandestinidad sin  el peligro de su búsqueda. Una será fechada en Oaxaca, otra en la frontera con Guatemala y otra más en Guatemala, informándoles que se dirige a Honduras a visitar a la familia. Un arranque de joven inquieto.

Es inmediato su incorporación a los entrenamientos. Más visitas a Los Gamitos, caminatas y ascensos a elevaciones cercanas —los esperaba la Sierra maestra—, visitas al gimnasio de Bucareli y al Bosque de Chapultepec.  En una visita al gimnasio se encuentra con Ernesto Guevara, el argentino que ya traía la cauda romántica y revolucionaria de su paso por Guatemala. Se sorprenden, se saludan alegres.

Camino al campo de tiro, el tranvía pasaba muy cerca de la casa de sus familiares, por lo cual se tenía que ocultar. Las tardes las dedicaba a lecturas políticas y por las noches recibía clases teóricas del coronel español Alberto Bayo.

La disciplina en la casa campamento era dura, todas las actividades estaban reglamentadas. Era de los pocos combatientes que por su especial situación no podía recibir ayuda económica de sus familiares y ello lo llevaba a compartir la ropa de otros futuros expedicionarios.

Los acontecimientos se aceleran, a fines de mayo, parte Guillén con el primer grupo de combatientes al rancho de Chalco, a recibir un entrenamiento más intensivo. El rancho lo dirigía Alberto Bayo, ex combatiente de la Guerra Civil Española y como jefe de personal el argentino Guevara de la Serna, quien no se dejaba vencer por el asma que desde niño lo aquejaba.

Seis días de arresto y tortura

Bueno en el manejo de armas, Zelaya ayuda como instructor de arme y desarme. Inician pesadas caminatas nocturnas por las montañas aledañas. Unas cuantas semanas después, el 19 de junio, regresa Zelaya con el primer grupo de combatientes a la Ciudad de México, ahora se instalan en la casona de Képler No. 26, esquina con Copérnico. La noche siguiente el alma y líder del movimiento, Fidel Castro, los visita. Mientras conversan, advierten un movimiento extraño de carros y policías.  Fidel ordena a Guillén  salir del departamento con Ciro Redondo, abordar su auto y encontrarse luego con él en el Monumento a la Revolución minutos después.

Cuando Fidel sale del número 26 de Képler, es detenido junto con otros compañeros. Agentes de la Dirección Federal de Seguridad, los encarcelan.  Al no llegar Fidel al lugar de la cita, Ciro y Guillén empiezan a dar vueltas en el auto y pasan por una delegación de policía de la Avenida Chapultepec y avistan a los cubanos Cándido González y Julito Díaz.

Intrigados, desconcertados, inquietos, continúan dando vueltas en el auto y deciden regresar a la delegación para interesarse por sus compañeros. Son detenidos por el Servicio secreto, interrogados y fichados.

Al día siguiente, el 21 de junio por la noche, son trasladados a la Sexta Delegación, en calle de Revillagigedo, los recluyen en celdas distintas. A la mañana siguiente son de nuevo interrogados, «los torturan salvajemente hasta perder el conocimiento». Los tienen todo el día a pan y agua.

Esa noche Zelaya es vendado de los ojos y amarrado, en la parte trasera de un auto, en el piso, es trasladado a El Pocito, donde lo desnudan, atan de pies y manos a un poste y lo golpean hasta el desmayo una y otra vez, las técnicas policiacas de la época en todo su esplendor. Luego lo sumergen repetidamente en una pileta de agua helada, hasta el límite de la desesperante asfixia. En medio de la tortura reconoce voces con acento cubano, los tentáculos de Batista los alcanzan hasta México.

Es mejor al siguiente día, repiten el interrogatorio y la tortura, pero sin los golpes, temen que se les vaya la mano tal vez. Luego de seis días infernales, al mediodía del 26 de junio, Zelaya es liberado.  En la calle se encuentra casualmente con Raúl Castro y José Smith, quienes le indican hospedarse en el hotel Galveston y espere por instrucciones. Esa noche lo recogen del hotel y lo conducen a la casa de Arsacio Vanegas, donde relata lo sucedido a el y Ciro Redondo, ellos lo enteran de que Fidel y el resto de sus compañeros están en prisión.

La expedición del Granma

El historiador cubano Heberto Norman, en un manuscrito inédito, recoge que a principios de julio de 1956, Guillén es instruido de viajar a Veracruz, donde se encontraban un grupo de cubanos que logro escapar de la redada de la capital mexicana. Ante la cercanía de la policía política cubana, reside en varias casas para eludir ser localizado. Entre las varias residencias esta la casa de Simón Bolívar No. 502, donde recuerdan con un brindis el asalto al Cuartel Moncada del 26 de julio de 1954.

Reanudan los planes y entrenamientos en el río Jamapa, en Boca del río, realizando ejercicios de remo y táctica guerrillera. Luego pasa a residir a la propia casa de Boca del Río. Allí continúa como instructor en las clases de arme y desarme, practicas de tiro. También aprovechan los arenales cercanos, para entrenar en terrenos diferentes a la montaña. Guillén enferma a mediados de septiembre y es necesario su traslado al Distrito Federal, lo hospedan para su alivio y recuperación en la casa de Cuzco No. 643, colonia Lindavista. Un mes después está listo para reincorporarse a los preparativos de la revolución, regresa a Veracruz y luego pasa a la ciudad de Jalapa.

El 23 de noviembre de 1956,  se encontraba en Jalapa cuando es avisado de la partida a la Isla, la revolución va ha empezar. Sale en un grupo acompañando a tres combatientes negros: Miguel Cabañas, Armando Mestre y Norberto Collado, ellos simulan ser peloteros cubanos y él su guía. Pasan por Tecolutla y Poza Rica, donde dejan maletas y siguen en auto hasta Tuxpan el 24 de noviembre de 1956. Al día siguiente partiría la expedición.

«Al filo de las dos de la mañana, en medio de una tormenta que ponía en serio peligro su vieja nave, los hombres embarcaban apresuradamente su peligrosa carga: rifles antitanques, carabinas, ametralladoras, pistolas, municiones y pertrechos a bordo del Granma, un yate de casi veinte metros de eslora, anclado en la bahía de Tuxpan, Veracruz, en México.

«En la noche viento y lluvia se confabularon para detener el inicio de una revolución; aunado a esto las autoridades del puerto veracruzano disponían la prohibición en el sentido de que no saliera ningún barco. Pero el Granma partió silenciosamente y se enfrentó al destino del viento y la marea. Era la madrugada del 25 de noviembre de 1956. «Ochenta y dos hombres en torno a su joven líder: Fidel Castro, iniciaban la Revolución Cubana. «(…)Entre ellos, un mexicano nacido en Torreón Coahuila, de diecinueve años de edad (veinte, cumplidos en agosto reciente), el más joven de los revolucionarios del Granma: Alfonso Guillén Zelaya.»

El 2 de diciembre, tras siete días de navegación desembarcaron en Oriente y él, pese a que fue de los que más sufrió por el mareo, cargo en sus hombros, a un expedicionario que por su baja estatura estuvo a punto de ahogarse.

Tras el combate de Alegría de Pío, cuando se dirigían a la Sierra Maestra, en donde estaba planeado el centro de operaciones guerrilleras, cayó prisionero y fue condenado a seis años de cárcel en el Presidio Modelo. Por ser mexicano, el gobierno de  Adolfo Ruiz Cortines gestionó su indulto, el cual Guillén con tozudez rechazó. La salida del régimen de Batista fue deportarlo por indeseable y provisionalmente fue trasladado a la prisión del Castillo del Príncipe en La Habana, en donde salió hacia México el 17 de diciembre de 1957, poco más de un año permaneció en la Isla.

Poco más de un año después regresó a Cuba, el 2 de enero de 1959, el día anterior los barbudos revolucionarios de los que él formaba parte, habían entrado a la capital cubana y Batista había huido a Miami.

Fue recibido como lo que era, uno de los 82 expedicionarios del Granma,  fue ascendido a capitán del Ejército Rebelde. Se hizo cubano sin dejar de ser mexicano y norteño, chihuahuense, torreonero, juarense. En cuba se enamoró y casó, fundo su familia y trabajó en varios ministerios e instituciones del gobierno de Castro. Su aspecto de «gringo» le creaba algunos problemas, recordó su hija cuando visitó a su rama familiar en Juárez, pero contó siempre con el respeto que en la Isla se brindó y brinda a los expedicionarios. Hizo colas durante el régimen especial. Fue vicepresidente del Instituto Cubano de amistad con los Pueblos.

La muerte lo alcanzó inesperadamente el 22 de abril de 1994, en la ciudad de Chihuahua, en el hotel San Francisco, su corazón lo traicionó. Fue un hombre modesto, optimista, austero, de carácter franco y guasón, aunque mordaz para quienes no le agradaban. Lo recuerdo llegando a la revista Semanario, cuatro años antes, de ojos juveniles y juguetones, negándose a hablar de sí mismo. Sus restos descansa en Cuba desde el 25 de abril de 1994, el sepelio fue digno de lo que era un héroe nacional en la Cuba revolucionaria. Murió amando a Cuba y a México. Lo recuerdo con acento cubano, pero hablando como los norteños, como los chihuahuenses, los nueve años en Juárez, lo marcaron para siempre.


Fuentes consultadas:

Javier Corral Jurado: «El único mexicano que acompañó a Fidel Castro en el Granma», revista Semanario, No. 39, 20 de agosto de 1990, Ciudad Juárez, Chihuahua, pp. 6-10

Marta Matamoros. «El mexicano del Granma». revista Le contesta Bihemia, mayo de 1994, La Habana, p. B47.

Heberto Morman, Trayectoria de Alfonso Guillén Zelaya Alger (1954-1956), artículo inédito.

(Texto publicado en Almargen el 7 de enero de 2005)
Foto tomada de CrónicasdeHonduras.blogspot.mx

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