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El asalto al cuartel de Madera: Trascender la leyenda

La guerrilla urbana de los años setenta en el siglo XX, o el surgimiento del EZLN, no pueden explicarse sin el intento de asalto al cuartel militar de Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965. El autor propone una reflexión desmitificadora sobre los motivos de aquel levantamiento armado.

Por Francisco Javier Pizarro Chávez

Este 23 de septiembre se conmemoran 40 años del asalto al cuartel de Madera, Chihuahua, por un grupo de guerrilleros encabezados por Arturo Gámiz y Pablo Gómez Ramírez. Pese al tiempo transcurrido, es poco lo que en realidad se ha reflexionado sobre estos acontecimientos que cimbraron al país y marcaron el inicio de lo que años más tarde se conoció como el movimiento guerrillero en México.

No es un dato menor, que algunos de los sobrevivientes del Grupo Popular Guerrillero que llevó a cabo ese fallido intento que costó la vida a sus líderes y descabezó el movimiento agrario y estudiantil que se desarrollaba bajo su sombra, apenas se hayan dado a la tarea de descorrer los velos de la leyenda en que quedó atrapada y acometer su reflexión política.

Estas líneas pretenden sumarse a ese esfuerzo de ubicar en su real dimensión histórica no sólo la frustrada acción militar, sino el proceso político y social que le dieron origen así como las motivaciones de quienes la impulsaron y dieron su vida en forma tan generosa y heroica, aunque algunos sigamos pensando que también absurda e irresponsable.

Para el logro de ese propósito desmitificador, es preciso señalar en primer término que esta historia es patrimonio de todos los mexicanos y no de los que directamente se vieron involucrados o fuimos influenciados por ella.     

El asalto al cuartel Madera cimbró la conciencia de toda una generación y dio origen en diversas regiones del país en zonas urbanas y rurales a numerosos movimientos guerrilleros. Incluso, algunos de los sobrevivientes se localizan posteriormente en otros movimientos armados en el otro extremo del país, como el de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, comandada por Genaro Vásquez.

El movimiento encabezado por Arturo Gámiz y Pablo Gómez, formula en el Primer y Segundo Encuentro en la Sierra, lo que podría con toda justicia considerarse el primer programa político que se plantea la necesidad de transformar la sociedad más allá de los horizontes de la Revolución Mexicana, y opta por la vía armada para lograrlo. Es la primera guerrilla socialista que surge en el país en el siglo XX.

Pero no hay que hacer lecturas apresuradas y aventurar conclusiones. Esto no significa, como en su momento lo consideró la Liga Comunista 23 de Septiembre, que la guerrilla en Chihuahua sea fruto de un deslinde ideológico con el reformismo. Gámiz y sus compañeros llegan a la conclusión de que no les queda otro camino que tomar las armas, no por razones teóricas, sino orillados por la propia dialéctica del movimiento social que encabezaban.

Este levantamiento armado es socialmente consecuencia de un largo proceso de polarización que se dio a fines de los cincuenta en el agro mexicano, luego de la institucionalización de la Revolución Mexicana, que entre otras cosas, no sólo puso fin al reparto agrario y la afectación de los latifundios, sino que los alentó, mediante nuevos procesos de despojo de las tierras de las comunidades indígenas y ejidales, al amparo de la corrupción gubernamental y la violencia desplegada por los guardias blancas de los terratenientes, particularmente en el norte, con la expedición de certificados de inafectabilidad ganadera y forestal.

Es también en lo político, un acto de rebeldía frente a la brutal represión y opresión imperante en Chihuahua a mediados de la década de los sesenta durante el gobierno de Praxedis Giner Duran.

El mismo Arturo Gámiz así lo visualiza en un reportaje publicado en La Voz de Chihuahua, en febrero de 1963, intitulado “La tenencia de la Tierra”, en donde destaca que: “300 latifundistas, son dueños de 24.5 millones de hectáreas, mientras que 100 mil ejidatarios apenas si disponían de 4.5 millones de hectáreas para sus siembras”.

Entre esa casta divina se encontraban algunos familias como los Ibarra, los Vega y la empresa Bosques de Chihuahua, quienes implementaron una política de terror de despojo, con el apoyo de la policía rural y el ejército.

Cientos de campesinos  fueron encarcelados, acusados falsamente de abigeato, de portación de armas prohibidas y otros delitos. Algunos de sus líderes más combativos fueron asesinados a mansalva por pistoleros al servicio de los caciques.

La acción armada

Las etapas de ese proceso están bien definidas: De 1959 a 1961 el movimiento campesino en el noroeste del país se desarrolla por cauces pacíficos y legales a través de gestiones para la dotación y/o ampliación de ejidos. A partir de 1962, en respuesta a la indiferencia de las autoridades agrarias se emprende lo que en aquel entonces se conoció como “El Asalto Agrario”. Cientos de campesinos, liderados por Álvaro Ríos, Arturo Gámiz y Pablo Gómez Ramírez, invadieron decenas de latifundios y realizaron masivas caravanas en la capital del Estado, apoyados por estudiantes de la Escuela Normal del Estado y de las normales rurales de Salaices y Saucillo.

En respuesta, el gobierno de Giner Duran intensificó la represión, clausuró las escuelas normales rurales e inició una persecución contra los líderes agrarios y profesores que los apoyaban.

En febrero de 1965, Gámiz convocó al  Segundo Encuentro de la Sierra “Heraclio Bernal”, realizado en Las Nieves, Durango, evento en el que se decide que no queda más camino que tomar las armas ante la cerrazón del gobierno:

“Durante años, por las buenas estuvimos pidiendo justicia pero usted, señor gobernador, nos despidió siempre con insultos, se puso de parte de los latifundistas y les dio fueros. Empuñamos las armas para hacer por nuestra propia mano la justicia que le niegan a los pobres”.

Como podrá apreciarse la decisión de levantarse en armas, no fue ningún exabrupto histórico, una ocurrencia, una radicalización ideológica o como aseguran otros, una simple imitación del Asalto al Cuartel Moncada en Cuba. Fue una decisión política fraguada al calor de largos años de lucha social a la que se cerraron todas las puertas legales y pacíficas. Incluso los partidos de izquierda, como el PPS en el que militaron desde muy jóvenes la mayoría de ellos les volteó la espalda y los denunció como provocadores políticos.

El propio Gámiz, sin duda el que más había radicalizado su postura política, no negaba que estaba en contra de la lucha política y electoral. Su reclamo era otro: el que los partidos de izquierda no cumplieran con la responsabilidad para la cual se supone fueron creados.

Conciencia histórica

Gámiz y sus compañeros fueron consecuentes, en su circunstancia histórica, con su compromiso social y generacional: “Queremos transformar la sociedad en la que hemos nacido porque se basa en la desigualdad y la opresión. Queremos transformar nuestra Patria para no entregarla como la hemos recibido, es misión de nuestra generación”.

Creo sinceramente que cumplieron. No tomaron el cuartel, pero hicieron algo mas importante: sembraron la semilla libertaria e hicieron un gran boquete al autoritarismo imperante y obligaron al gobierno federal a atender, así fuera años mas tarde, los reclamos de los campesinos; a expropiar Bosques de Chihuahua y poner freno a la política de terror impuesta por los caciques. Probablemente, algunos les parezca poco.  

La transición de la cerrazón política y la represión a la democracia y la libertad políticas, no hubiera sido posible sin embargo, a punta de salivazos y teorizante inmovilidad histórica. Y es que como dice el poeta: “Hace falta una carga para matar bribones, para acabar las obras de la revoluciones”. El asalto al cuartel Madera fue esa carga.

Chihuahua reputada en aquellos años como la tumba de la Revolución Mexicana, se irguió desde entonces como un puntal de la transición a la democracia. En esta tierra soplaron los primeros vientos del cambio social y político en el que aun hoy nuevas generaciones se encuentran empeñadas en impulsar.

(Septiembre de 2005).

Francisco Javier Pizarro. Parral, Chihuahua (1953). Periodista y analista político. Por varios años fue director de El Diario de Chihuahua.

(La foto del plano encontrado en el cadáver de Artuto Gámiz fue tomada del sitio Madera 1965)

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