jueves , 25 abril 2024
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“Ajustes de cuentas”: Muertes violentas y narcotráfico en Baja California. Por Lilian Paola Ovalle

El siguiente ensayo explora la forma en que las redes de comercialización de drogas ilegales que operan en  Baja California instrumentalizan la violencia; por lo tanto, es necesario que al menos se plantee un panorama general del contexto del mercado de drogas ilegales en su territorio. Desde una perspectiva sociocultural rastrea la forma en que la violencia asociada al narcotráfico es representada por los medios de comunicación y las formas ritualizadas de las muertes asociadas al narcotráfico.

Por Lilian Paola Ovalle

“Yo empecé con ellos como un elemento de seguridad”, me dijo en alguna ocasión uno de los sujetos entrevistados. La expresión me llamó la atención, especialmente porque ya conocía sus funciones y sabía que lo que realizaba era precisamente antagónico a lo que se entiende comúnmente por “seguridad”. Este sujeto no era el guardaespaldas de alguien, ni cuidaba la integridad física de ninguna persona, por el contrario se encargaba de amedrentar, torturar y asesinar a sujetos que habían cometido algún error en las transacciones económicas propias de las redes de comercialización de drogas ilegales.

¿Qué es lo que éste sujeto “protege” con sus acciones? y ¿Cuál es el sentido que al interior de las redes del narcotráfico se le otorga a sus prácticas violentas para que éstas sean entendidas como acciones de “seguridad”? Son las preguntas que me planteé y cuyas respuestas tentativas derivaron en el presente texto.

En este sentido, cuando se habla de la violencia al interior del mundo del narcotráfico, parece que no hay nada nuevo que decir,  “tiroteo”, “encajuelados”, “encobijados”, “tiro de gracia”, “torturados”, son palabras que denotan algo que todos saben –y cuando digo todos me refiero a todos los habitantes de regiones epicentros del fenómeno del narcotráfico como es el caso de Baja California- el tráfico de drogas ilegales se vale de los llamados “ajustes de cuentas”[1]  para garantizar el éxito y la persistencia de su rentable negocio. Sin embargo, el presente artículo al indagar desde una perspectiva sociocultural los aspectos subjetivos de la violencia que instrumentalizan las redes de comercialización de drogas ilegales en el territorio bajacaliforniano; expone un enfoque poco explotado en el análisis de este tipo de violencia.

En el primer apartado se expone la forma en que el narcotráfico, al ser un mundo de vida en el que no se puede acceder a los canales legales para resolver sus conflictos, instrumentaliza la violencia con fines relacionales como el principal medio para garantizar el cumplimiento de los pactos económicos.  En el segundo apartado se presenta un panorama de la violencia asociada al narcotráfico  en el territorio bajacaliforniano.  El tercero y último apartado se detiene en la interpretación y el análisis de la escenificación de la violencia que exponen las redes de comercialización de drogas ilegales en el territorio bajacaliforniano.

Así, en su contenido se aprecia que éste trabajo constituye más un ejercicio hermenéutico y de organización de las notas del trabajo de campo, que un  reporte de avances de una investigación en proceso.  Finalmente, cabe señalar, que el análisis y la interpretación que aquí se expone, está nutrido por un trabajo de campo en el que se han entrevistado a un total de 17 sujetos vinculados en distintos niveles de las redes de comercialización de drogas ilícitas, la observación de dos funerales de personas vinculadas con estas redes, y el análisis iconográfico de 53 imágenes fotográficas de homicidios asociados al narcotráfico.

Instrumentalización de la violencia y la persistencia del “negocio”

En las redes del narcotráfico existen múltiples funciones que pueden desempeñar los individuos. En este sentido, los sujetos entrevistados coinciden en señalar que prácticamente cualquier persona interesada en ganar algo de dinero extra, podría ingresar a estas redes cumpliendo funciones de transporte, ya que los empresarios ilegales no son especialmente meticulosos al contratar personas para estas tareas.  Sin embargo, pocos lograrán ir escalando posiciones, ya que para desempeñar actividades más especializadas los filtros se vuelven más audaces e impenetrables.

Según los entrevistados, para ascender posiciones en estas redes, se necesita estar “bien contactado”,  demostrar las capacidades para las tareas específicas, ganarse la confianza de sus superiores, aprovechar las oportunidades que brinden miembros importantes de la organización, pero fundamentalmente, se requiere estar dispuesto a matar.  Ser capaz de matar, estar armado o dar una salida violenta al conflicto, favorece al interior de las redes del narcotráfico, el desempeño de nuevos roles y la reafirmación de su identidad como miembros de la red.

Sin embargo, es importante señalar que la disposición para matar es “bien vista” en diversos sectores sociales y no exclusivamente al interior de las redes del narcotráfico; ya que como señala Restrepo (2005, p. 16) “estar dispuesto a imponer sobre el cuerpo del otro nuestra voluntad hasta convertirlo en cosa o cadáver, es un comportamiento bien visto en la cultura machista”.

A pesar de la dificultad para estimar la rentabilidad del comercio de drogas,  se le reconoce como una de las actividades económicas ilegales por la que circulan importantes sumas de dinero. En este sentido, es “racional” -en términos económicos- que las personas que se están beneficiando de este negocio busquen los mecanismos para asegurar la permanencia y la rentabilidad en sus transacciones económicas.  Así, al ser el narcotráfico una actividad ilegal, no cuenta con los canales legales para asegurar el cumplimiento de los pactos y en este caso, el uso de la fuerza es en primera instancia, un medio efectivo para resolver los conflictos y para amedrentar a aquellos que consideren la posibilidad de abandonar los acuerdos.

Así, en las redes dedicadas a la producción y a la comercialización de sustancias ilegales, contar con personal “calificado” en el uso directo de la violencia  se vuelve una práctica recurrente[2].  Más aún, teniendo en cuenta que el uso de la violencia y la fuerza posibilita la permanencia de las actividades económicas del narcotráfico, se puede afirmar que su instrumentalización es una práctica fundamental para la estructuración de estas redes. Ya Maquiavelo dejó asentada en la historia la reivindicación del uso de la violencia para cumplir con el objetivo esencial del poder: su conservación. A pesar de lo escandaloso de su propuesta, y a pesar de la ignominia a la que se le degradó, en realidad Maquiavelo sólo expresó con descarnada franqueza hechos que estructuran el poder.

Para Figueroa (2001. p.16) la violencia es una acción que implica el uso de la fuerza física o la amenaza de ella, para imponer la voluntad de quien ejerce dicha fuerza  física o su amenaza. Por lo tanto, la violencia es ante todo, un acto de poder; es el acto de dominación que expresa una relación social entre aquel que la ejerce y aquel que es victima de dicho ejercicio.

En este sentido, cabe aclarar que como señala Imbert, (1992, p. 12), la violencia es un hecho social global. Por lo tanto no se puede desvincular el análisis de los fenómenos violentos, de las condiciones estructurales (económicas, políticas y sociales),  pero tampoco de las representaciones colectivas y del imaginario social.

Está claro que existen sociedades cuyas estructuras de relaciones sociales y políticas se convierten en fuente de conflicto permanente que conduce a situaciones de violencia (Figueroa, 2001. p.14). Sin embargo, el análisis de las condiciones estructurales que crean el espacio social para la violencia; como las  relaciones de dominación, opresión y explotación (clase, etnia, género, nacionalidad, religión, territorio, gobierno etc); escapan al modesto objetivo del presente texto.  Como se planteó anteriormente, este artículo se centra en la indagación de los aspectos subjetivos de la violencia ya que como Blair (2005, p.XVII) señala, la violencia es un fenómeno que las ciencias sociales deben interpretar en el ámbito de los referentes simbólicos y de sus componentes imaginarios.

Imbert, (1992, p. 11) señala que la violencia como concepto aparece bastante tarde en el discurso social. “Conceptualizada por la filosofía clásica, la violencia es eludida hasta finales del siglo XVIII para, de nuevo, aparecer en la filosofía de Hegel reivindicada como valor. Fue teorizada por Sorel, Marx y Engels, puesta en práctica bajo la forma de violencia revolucionaria a principios del siglo XX, y teorizada de nuevo en la década de los 60”.

Según este autor, la violencia aparece hoy como una categoría difusa, lo cuál dificulta su análisis académico. De hecho, no es fácil abordar el tema de la violencia, menos si se intenta evitar los tópicos de su uso y asumir una perspectiva de análisis sociocultural alejada de los enfoques positivistas y funcionalistas.

Para explicar los orígenes de la violencia social, generalmente se ubica el debate de naturaleza  vs. cultura y existen quienes consideran a la violencia parte de la esencia humana, y quienes consideran que la violencia es una construcción cultural que se origina en los procesos de socialización. Las posturas que desde la lógica del darwinismo social, sostienen que el hombre es violento por naturaleza, anteponen las categorías de “lo animal” a “lo humano” señalando a la violencia como un legado de lo que aún tiene el hombre de animal. En contraposición, se encuentra otra postura conceptual que plantea que el origen de la violencia no se encuentra en lo innatamente humano, sino en lo cultural y plantea, contrariamente a lo que típicamente señala la literatura, que la violencia es un fenómeno estrictamente humano ya que “requiere de grados apreciables de racionalidad” (Figueroa, 2001. p.15).

El análisis sociocultural de la violencia, permite dimensionar este fenómeno como parte de un entramado de  relaciones, representaciones, códigos y lenguajes. Esta perspectiva permite identificar que tras las manifestaciones aparentemente más irracionales, se oculta una lógica comportamental. Así, al reconocer los enormes recursos materiales y personales que disponen las redes de comercialización de drogas ilegales para poner en marcha sus “dispositivos de seguridad” se desmitifica una idea común que identifica la violencia con actos irracionales.

Los entrevistados relatan la forma en que los miembros de estas redes cuentan con entrenamientos especiales y con tecnología de punta que les permita desplegar con mayor eficacia sus actividades. De allí, se puede afirmar que la instrumentalización de la violencia por estas redes, implica una acción planificada,  estratégica, sistematizada e inteligente. A las autoridades que enfrentan este fenómeno, no les queda sino reconocer penosamente, el aumento del potencial de violencia de estas redes, el cuál, en los últimos años ha ido en aumento, hasta el punto en que no ha habido prácticamente una semana en que no se haya ejecutado una acción violenta o atentado relacionado con el narcotráfico en el territorio bajacaliforniano.

En este punto, es necesario tener en cuenta el aspecto de ilegalidad que soporta el fenómeno del narcotráfico. Tal y como lo plantea Cajas (2005 p. 115), precisamente en el contexto de la prohibición, las redes de comercialización de estas sustancias asumen ciertas particularidades, lo cuál imposibilita un abordaje del narcotráfico a espaldas de la ilegalidad que entraña. De hecho, se puede prever que de no ser ésta una actividad ilegal no sería necesario recurrir al uso de la violencia para asegurar el cumplimiento de los acuerdos, ya que podría contarse con los canales legales que emplean las demás instancias e instituciones productivas.

Este panorama resulta preocupante ya que no parece verse una salida. A pesar de las predicciones como la de la revista The Economist en la que se plantea que para la segunda década del siglo XXI las drogas serán legalizadas (citado por Salazar, 2001, p. 18);  la verdad es que este escenario se ve aún muy lejano.  En el contexto de ilegalidad, los narcotraficantes tienen que tomar la ley en sus manos para protegerse de sus adversarios sociales y estatales. Lo que está en juego es mucho: la infraestructura empresarial, sus fortunas, su libertad y en últimas la integridad personal y la de sus seres queridos.

En este contexto de ilegalidad, resulta evidente la necesidad del ejercicio del poder por medio de la instrumentalización de la violencia. Desde una perspectiva que integra los elementos culturales, lo que subyace al ejercicio del poder por parte de estas redes, es la capacidad de imponer un punto de vista, una visión sobre el mundo y con ello modificar los cursos de acción; esto es, encontrar los mecanismos y estrategias para asegurar la permanencia del  negocio.

Baja California y el mercado de drogas ilegales

El presente artículo explora la forma en que las redes de comercialización de drogas ilegales que operan en el Estado de Baja California instrumentalizan la violencia; por lo tanto, es necesario que al menos se plantee un panorama general del contexto del mercado de drogas ilegales en su territorio.

Baja California viene jugando desde comienzos del siglo un importante papel como lugar de tránsito y comercialización de drogas ilegales. Su estratégica ubicación fronteriza aunado a  otros factores como su historia de inmigración de chinos que llegaban a este territorio con un conocimiento y una tradición en la elaboración y el consumo de opio, y el papel que jugó esta zona fronteriza como lugar para hacer lo que al otro lado de la frontera se prohibía; fueron condiciones estructurantes del dinámico comercio de estas sustancias.

Astorga, pone a disposición gran cantidad de información desclasificada de los archivos estadounidenses que permiten reconstruir la historia del tráfico de drogas en esta región.  Empieza exponiendo el caso del gobernador de Baja California Estéban Cantú, en el año 1916, de quien se sospechaba que a pesar de prohibir el opio para fumar, promovía que las sustancias  decomisadas fueran puestas nuevamente en circulación después del pago de fuertes multas.

Obviamente éste no fue el único caso en el que se llegó a plantear el estrecho vínculo entre narcotráfico y política. Según Astorga (2003, p.19), la clase dirigente de Baja California, al igual que la del  resto del país se caracterizó por su capacidad para subordinar al narcotráfico. Son varios los ejemplos de funcionarios públicos vinculados con el narcotráfico que se citan en el texto de Astorga, red de complicidades que  hace parte de la historia del Estado y que explica las dimensiones actuales del poder que detentan estas redes.

Esta historia ha seguido su curso y en las últimas décadas las detenciones de cargamentos y de personas involucradas han venido en aumento. A continuación se presenta una gráfica en la que se puede observar el comportamiento del número de sentenciados a prisión por delitos contra la salud en Baja California.

En este punto, es importante señalar, que desde los discursos oficiales, el dinamismo y el notable incremento del poder y la violencia de los grupos de narcotraficantes en el territorio bajacaliforniano, se explica a partir de la noción de “plaza”.  Para estos discursos, una “plaza” hace referencia a un territorio sobre el que algún individuo o red de personas mantiene cierto monopolio de la actividad de comercio de drogas, generalmente en estrecha colaboración con las autoridades locales.

Esta explicación sobredimensiona el papel o la importancia del territorio para el dinámico comercio internacional de las drogas ilegales y según su explicación, las bandas u organizaciones de narcotraficantes están enfrentadas en una batalla continua por la consolidación de monopolios. La pregunta entonces es: ¿A partir de esta premisa se pueden entender las muertes del narcotráfico en el territorio bajacaliforniano?.

El planteamiento de que “los ajustes de cuentas” son resultado exclusivo de la disputa entre grupos por monopolizar el mercado de las drogas en el territorio, desconoce los profundos cambios económicos, tecnológicos y culturales que definen al mundo global actual.  Si bien la apropiación territorial continua siendo un objetivo prioritario para la persistencia de las actividades de comercialización de drogas ilegales; no se puede desconocer el aporte que los teóricos de la globalización (García Canclini 1995, 1999, 2001; Beck 1998;  Mato 1996; Tomlinson 2001;  Bauman 1999; Ianni 2004; Wallestein1998, Ortiz 1998,  entre otros) señalan con la categoría de desterritorialización.

Se concibe a la globalización como el proceso de desterritorialización de sectores sociales importantes o la proliferación de relaciones supraterritoriales. Se entiende entonces que los intensos flujos financieros, la movilidad de capitales, los cambios socioculturales derivados de las nuevas tecnologías de las telecomunicaciones, entre otros, exigen a las ciencias sociales un esfuerzo para comprenderlo en su nueva configuración, y en este sentido, exige al análisis sociocultural del fenómeno del narcotráfico, la adopción de un punto de vista desterritorializado, que permita construir categorías analíticas de mayor complejidad de la que supone la noción de “plaza”.

En este sentido, y dando respuesta a la pregunta planteada anteriormente, la premisa de las disputas entre grupos de narcotraficantes resulta insuficiente para entender el sentido de las muertes y la violencia asociada al narcotráfico. Los sujetos entrevistados afirman que la principal fuente de violencia asociada al narcotráfico es el incumplimiento de contratos y no los enfrentamientos entre grupos o bandas. Decidir no pagar las deudas, filtrar información privilegiada, apropiarse de mercancía ajena y  la competencia desleal, son señaladas como las principales razones de las represalias violentas que se gestan en el mundo del narcotráfico.

Además de los detenidos por delitos contra la salud, un indicador de la influencia del fenómeno del narcotráfico en el escenario social de Baja California, es el número de homicidios que se registran. Durante el periodo de 1999-2004 se registraron, según fuentes oficiales procesadas por Resa (2005),  2974 asesinatos. Sin embargo, se debe reconocer que las estadísticas oficiales no  tienen un estimado del porcentaje de homicidios que está asociado con el fenómeno del narcotráfico.

Lo que si se sabe, es que el estado de Baja California, desde 1998 viene  apareciendo entre los tres estados de México, con mayores tasas de homicidios por cada 100.000 habitantes. Este dato es relevante para entender la instrumentalización de la violencia en este contexto, ya que permite señalar la forma en que dicha violencia se entrecruza con otras formas primarias de violencia, caracterizadas estas por ser modalidades del tipo pasional y pulsional.

Baja California ocupó el primer lugar de incidencia criminal en todo el País durante el primer semestre del 2004, con un promedio de 3 mil 927 delitos denunciados por cada 100 mil habitantes. Nos podemos preguntar si el aumento exponencial en estas tazas delictivas puede estar asociado a la coexistencia del fenómeno del narcotráfico.

De esta manera, al tratar de identificar las formas en que el narcotráfico se ha apropiado del territorio de Baja California y ha impactado las condiciones de su seguridad pública, se debe reconocer la ausencia de fuentes y bases de datos que permitan integrar dicho análisis. Aunque parece existir un consenso -tanto en las fuentes oficiales como en la escasa producción académica sobre el tema- alrededor de la idea de que las redes de comercialización  de drogas ilegales hacen parte de la cotidianidad del Estado e impactan profundamente sus sistemas de seguridad pública; quedan muchas preguntas en el aire. Finalmente, sigue pendiente la tarea de conformar una base de datos que integre información específica sobre la dinámica del narcotráfico en el Estado y de la cuál se puedan nutrir tanto los estudios especializados en el tema, como los tomadores de decisiones.

La escenificación de la muerte en las redes del  narcotráfico

¿Cual es el sentido de todas esas muertes?. Esta es la pregunta que queda en el aire. El análisis de la violencia asociada al narcotráfico -y la muerte como expresión extrema de dicha violencia- debe rebasar los observables de las estadísticas sobre hechos violentos. Además de la dimensión física de la violencia, la muerte violenta asociada al narcotráfico, tiene dimensiones simbólicas que deben ser interpretadas.

En otras palabras, al abordar el fenómeno de las muertes violentas asociadas al narcotráfico desde una perspectiva sociocultural, se parte de la premisa de que en el mundo de vida de las redes de comercialización de drogas ilegales, no sólo existe un cruce continuo de balas, sino un cruce de sentidos, de reglas de juego, de roles y de prácticas sociales reivindicadas grupalmente.

En este sentido, el presente apartado expone algunas coordenadas que pueden guiar el análisis y la interpretación del conjunto de significados y prácticas que se articulan en la escenificación de la muerte en las redes del narcotráfico. Sin embargo, antes de señalar aspectos específicos sobre la escenificación de la muerte,  es necesario especificar qué se entiende aquí por escena. En general se puede afirmar que una escena es el contexto donde y como se producen estas muertes. Por lo tanto, es el espacio físico –lugar o territorio-, pero también constituye un espacio menos material y tangible. La escena, entonces, es un espacio delineado por las significaciones que se le atribuyen y por el sistema de relaciones que se establecen entre los actores y los espacios habitados, por el cruce entre ellos (Blair 2005, p. 18).  Al respecto, Goffman (1994, p. 270) señala que el mundo entero es un escenario. Con esta afirmación no se refiere propiamente a los aspectos teatrales que se introducen discretamente en la vida cotidiana;  hace referencia  a la estructura de interacciones sociales y en la que el factor clave es el mantenimiento de una definición  de la situación.

Para descifrar el sistema de relaciones que se establecen entre los miembros de estas redes y el territorio bajacaliforniano -que sirve de escenario del despliegue de su violencia-; resulta pertinente el aporte de Imbert (1992, p. 12) cuando distingue dos formas de violencia: Una violencia “real” y una violencia “representada”. La violencia real puede ser física o simbólica, de índole política, social, económica, ecológica, comportamental, o ambiental.  La violencia representada es la violencia tal y como la muestran los medios de comunicación en sus discursos tanto referenciales (noticieros) como creativos (las obras de ficción, cine, televisión, publicidad, entre otros). Este tipo de violencia es un hecho discursivo, y como tal, tiene sus propias leyes, crea su propia realidad.  Es la violencia directa traducida en discurso o en imagen, es la violencia modalizada y manejada por el periodismo que tiende a hacerla visible públicamente, o es la violencia que se convierte en discurso académico, en explicación abstracta o estadística de hechos sociales, políticos o históricos.

La distinción entre la violencia real y la representada permite reconstruir las narrativas que sobre la muerte se construyen en el mundo de vida del narcotráfico.  Dicha distinción, nos lleva a reconocer que los dispositivos de violencia de las redes de comercialización de drogas ilegales, no se destinan exclusivamente al acto de acabar con la vida de quien incumplió un contrato. La  noción de “violencia representada”, nos plantea en últimas, que los “ajustes de cuentas” no se agotan en el hecho de la ejecución, por lo tanto, su análisis debe integrar la interpretación de los discursos que se construyen alrededor de los asesinatos asociados al narcotráfico.

Para este propósito, el trabajo de Blair (2005, p. xxv) ofrece un camino analítico al plantear que el acto de matar a otro puede ser clasificado para su análisis en dos grandes momentos: la ejecución y la representación. La ejecución, corresponde a la dimensión física del acto mismo.  La representación corresponde a una dimensión abstracta y hace referencia a las diferentes maneras del pensamiento de elaborar el acto. La representación, según esta autora, se desarrolla en una secuencia de tres escenas que implican la utilización de distintos medios de construcción y de expresión de símbolos: a) la interpretación que se hace de la muerte, b) la divulgación donde el acto es pensado a través de los medios y c) la ritualización de las formas. A continuación nos detendremos brevemente en cada una de ellas. 

Interpretación de la muerte en las redes del narcotráfico

“No nacimos pa´ semilla” fue la frase que Salazar (1995) encontró para sintetizar el sentido que se le otorgaba a la vida y a la muerte en las redes de comercialización de drogas ilegales. Este autor, evidenció ciertos estilos de vida, prácticas culturales ligadas a la muerte, ritos, religiosidad, entre otros; que permiten señalar que en el mundo de vida del narcotráfico, se asume como costumbre la muerte y se normaliza el hecho de ver matar y ver morir.

En este orden de ideas, la perspectiva que asume Cajas (2005), al introducirse al mundo del narcotráfico desde lo que él llama una “Antropología de la incertidumbre”, permite identificar el tedio, las esperanzas vacías y el desparpajo que tiñe los discursos y relatos de sus informantes. “Me juego la vida porque total ya la tengo perdida” es la cita poética que el autor utiliza para designar el especial  sentido que otorgan a la muerte los actores del narcotráfico.

En las redes del narcotráfico como en todos los campos, existen quienes se resisten a acatar las normas y pautas de interacción claramente definidas. Mientras la mayoría de los miembros de estas redes marchan por el camino pactado, surgen las “ovejas descarriadas” que provocan la intervención ocasional de de los  aparatos represivos. Al respecto, resulta interesante que en el discurso de los sujetos entrevistados es común la constante reivindicación del uso de la violencia como medio de control de las conductas contrarias a “las reglas de juego”.

Simple y sencillamente basta que cometa un mínimo error y es cuando pasan este tipo de cosas, porque la mayoría de las veces así son, el que la hace la paga, y como a todos los jefes no les gusta, a nadie, me imagino yo, que les vean la cara, por eso es cuando se deben tomar esas medidas… o también a veces cuando quieren abusar del poder que tienen muchos pero se enfrentan con otros que tienen mas poder  y es cuando surgen todo este tipo de problemas.

De todos esos que nos juntábamos desaparecieron como a unos cinco, pero como le digo, también porque se dedicaban a eso de andar bajando, pues a engañar a otra gente, como le digo, a hacer jales sucios. Cuando podías andar ganando dinero recto, pero robando la droga de otros, si puedes hacer un golpe o dos, pero al rato al que se lo bajaste, al rato te desaparece. No pues, osea  que un sacrificio no? Todo lo que tienes que avanzar para tener tu propia merca, para que llegues con la droga y alguien te lo quite, mejor preferible surgir recto, empezar vendiendo que hacer las cosas chuecas. 

En estos relatos, se observan dos aspectos interesantes para este ejercicio interpretativo de la particular forma de interpretar la muerte que se observa en el narcotráfico. En primer lugar sobresale la manera en que se esquiva en el discurso decir las cosas por el nombre. En el primer relato se evita hablar de hechos de violencia, con frases como “este tipo de cosas” o “se toman esas medidas” y en el segundo relato, en lugar de hablar llanamente de asesinatos, se utiliza la palabra “desaparecer”. Las cosas existen cuando se nombran, y esta vacilación en el uso de las palabras pone en evidencia el velo con el que en el mundo de vida del narcotráfico, se disfraza la instrumentalización de la violencia. Sin embargo, al  mismo tiempo en los dos relatos se evidencia la reivindicación y la aceptación de la necesidad de instrumentalizar la violencia en ciertas situaciones.  

Divulgación 

La segunda escena que se propone para el análisis de la representación de la muerte en las redes del narcotráfico ya no se refiere al acto mismo de matar, sino a la forma en que el acto se convierte en discurso a través de los medios.

Medios de comunicación como la radio, la televisión, los periódicos y el cine, forman una red por la que circulan los bienes culturales que según García (1999; p.163) «tienen un papel importante en la construcción de subjetividades, demandas y expectativas» de los actores sociales.  En este punto, al reconocer el papel de estos medios en el flujo de los bienes simbólicos y el profundo impacto que tienen en los sistemas de representaciones, se hace evidente la necesidad de atender la forma en que ellos abordan el tema del narcotráfico.

Para Imbert, (1992, p. 62), en la representación de la realidad que se observa en los discursos de los medios de comunicación, a la vez que se informa a los agentes sociales sobre el mundo, se informa sobre como hay que percibirlo, se construye el acontecimiento y por ende se produce o al menos se reconstruye la realidad a través de  “efectos de realidad”.

El narcotráfico es un tema recurrente en los medios de comunicación. Éstos en su afán por la noticia, hacen del mundo de vida del narcotráfico un espectáculo. Tiroteo, mafia, ajuste de cuentas, tiro de gracia,  guerra entre carteles, capturas, intercepciones de cargamentos de drogas,  son contenidos que se evocan. Sin embargo, esto no siempre obedece a que el narcotráfico sea un producto informativo rentable en virtud del sensacionalismo. Tal y como lo plantea Córdoba(2002), en otras industrias culturales como cierta literatura, las artes plásticas y la música, se puede apreciar con mayor nitidez que el narcotráfico se retoma como denuncia de una sociedad lastimada por la muerte y la absurda lucha, como constructo que expresa  expectativas de vida o como historia cotidiana que reclama ser contada.

En este punto, es importante que no se pierda de vista que la violencia constituye una realidad social cuyo significado es tan excesivo que no se puede aprehender por un discurso. De allí que en muchas ocasiones la representación de la violencia que realizan tanto los medios como los discursos académicos, vela el significado primordial de la violencia y de las muertes violentas del narcotráfico: el hecho de constituir una situación humana fundamentalmente dramática.

“Es una guerra entre ellos” parece ser el mensaje que se emite al presentar la realidad social de las muertes violentas asociadas al narcotráfico. Así, cuando los medios exhiben recurrentemente  imágenes y enunciados que naturalizan dichas muertes, la sobresaturación y la insensibilidad grotesca con que son presentadas, soslaya el hecho de que estas situaciones encierran sufrimientos muy complejos.

Ritualización de las formas: el cuerpo como lugar

Los mensajes y los códigos depositados en el territorio donde suceden las muertes violentas asociadas al narcotráfico, continúan sobre los cuerpos que se vuelven un “lugar”, un “escenario” de ejecución del ritual violento. En este sentido, desde una perspectiva sociocultural (Bourdieu, Boltanski, Augé,  Jodelet,), se constata un consenso en el señalamiento de que el cuerpo es un objeto social, por lo tanto, es un vehículo de representaciones y prácticas particulares.  El cuerpo es portador de la memoria social ya que constituye la superficie sobre la cual los hombres inscriben y marcan determinadas señales y símbolos, por lo tanto, es al mismo tiempo instrumento y espacio de comunicación.

Así, entender que el cuerpo está dotado de sentido ubica la reflexión sobre los sentidos y significados depositados en los cuerpos muertos del narcotráfico y plantea la posibilidad de que al observar e interpretar las marcas que la violencia deja sobre estos cuerpos, se acceda finalmente a las formas ritualizadas en las que el narcotráfico instrumentaliza la violencia.

“El muerto no dice nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento” afirma Castillejo (2000, p. 24). Los cuerpos muertos del narcotráfico son entendidos en este texto como mensajeros del terror cubiertos de significaciones. Las redes de comercialización de drogas ilegales instrumentalizan la violencia en aras de la preservación de sus actividades económicas y ante el agotamiento de escenarios de expresión, utilizan a los cuerpos para transmitir mensajes que impacten que dejen huella, que instauren en los imaginarios sociales el poder que detentan y en últimas que sirvan de elemento persuasor para quienes consideren incumplir las “reglas del juego”.

Es un lugar común afirmar que para comprender la consolidación del fenómeno del narcotráfico es indispensable atender la dinámica del poder en su estructuración.  En este sentido, la ritualización de las formas de la violencia asociada al narcotráfico en el territorio de Baja California, nos relata la manera en que el poder de estas redes permanece en el tiempo por el uso de la violencia simbólica y directa. Como lo plantea Ansart (1990, p187), el poder se crea y se conserva a través de la producción y la transposición de imágenes, y por medio de la manipulación de símbolos que son organizados dentro de un marco ceremonial.

Así, a partir de la observación de 53 imágenes fotográficas de homicidios asociados al narcotráfico[3], se identifican cuatro formas ritualizadas de asesinato.  Éstas constituyen técnicas distintas de exponer los homicidios y formas diferenciadas de utilización de los cuerpos muertos del narcotráfico, como “lugares” transmisores de códigos cifrados. Tiro de gracia, Baleados, Encajuelados y Encobijados: cuatro palabras reconocidas por los habitantes del territorio de Baja California, que designan ritos de muerte diferentes.  

“En la técnica del asesinato se expresa una cosmovisión” afirma Restrepo (2005, p.16).  Desde esta perspectiva se entiende que al explorar dichas técnicas de asesinato se puede acceder a los sentidos y significados  que sobre la muerte misma circulan por las redes del narcotráfico.

Como su nombre lo indica, los cuerpos en los que se observa el “tiro de gracia” relatan una muerte rápida y poco dolorosa. En esta forma ritualizada generalmente se observan cuerpos vestidos, abandonados en terrenos o lotes desiertos, boca abajo,  con las manos dispuestas arriba y con un tiro en la cabeza. Si bien, la posición boca abajo, y la súplica que parecen gritar sus manos es un acto extremo de dominación sobre el cuerpo del otro hasta convertirlo en cadáver, el hecho de que mantengan su ropa casi impecable y que sus cuerpos no presenten mutilaciones ni marcas de tortura es emitido como una señal de cierto respeto por el cuerpo del asesinado.

Las escenas de los “baleados” son radicalmente distintas. Aquí se observan automóviles con múltiples agujeros de balas,  vidrios rotos, autos abandonados por sus tripulantes después de cometer el homicidio, pero especialmente se observan enormes cantidades de casquillos de balas[4], enmarcadas por manchas o charcos de sangre.  Esta forma ritualizada también narra una muerte rápida y poco dolorosa. Sin embargo, sin duda aquí el mensaje que se lanza es mucho más contundente. Mientras que las imágenes de los “tiros de gracia” ocultan los rostros y exponen cuerpos con no más de cinco perforaciones, los baleados quedan totalmente expuestos y con cuerpos que presentan incluso más de 20 perforaciones.

Finalmente se puede afirmar que “encajuelados” –cuerpos encontrados en las cajuelas de autos abandonados en la vía pública- y “encobijados” – cuerpos envueltos en cobijas encontrados en lotes baldíos o parajes desiertos- constituyen las formas ritualizadas de la muerte en el narcotráfico en las que se constata la saña con la que intentan impartir el aleccionamiento sobre las consecuencias de violar las “reglas de juego del narcotráfico”.  Los cuerpos que esconden las bolsas negras en las cajuelas o las cobijas en terrenos abandonados, presentan rastros de tortura, son cuerpos mutilados y en algunas ocasiones calcinados.

Así, la interpretación de estas formas ritualizadas de la muerte violenta asociada al narcotráfico, permite señalar que éstos cuerpos emiten un mensaje específico, no sólo a los miembros de éstas redes, sino a la ciudadanía en general, instaurando en los imaginarios el poder que ostentan estos grupos.  La violencia en este caso no es sólo directa. Estos cuerpos expuestos y mediatizados son a la vez violencia latente que instaura en el imaginario la posibilidad real del empleo de la fuerza. No es solamente entre ellos. Es una falacia creer que las muertes del narcotráfico no afectan a la ciudadanía en general, o que constituyen hechos aislados de actores que cifraron su propio destino. Estos cuerpos son al mismo tiempo violencia simbólica que amedranta a todos los habitantes del territorio; violencia simbólica que al naturalizar “los ajustes de cuentas” paralizan cualquier intento de hablar sobre el fenómeno, de reflexionar sobre él y  de emprender acciones ciudadanas que contengan los estragos de estas muertes.

Conclusiones

Dada la rentabilidad del comercio de drogas ilegales,  se puede afirmar que es “racional” -en términos económicos- que los beneficiarios del negocio busquen los mecanismos para asegurar la permanencia y la rentabilidad en sus transacciones económicas.  Sin embargo, al ser el narcotráfico una actividad ilegal, el uso de la fuerza y la instrumentalización de la violencia constituyen  un medio efectivo para resolver los conflictos y para amedrentar a aquellos que consideren la posibilidad de violar las “reglas del juego”.

De no seguirse las estrictas normas del silencio, el respeto al anonimato, el pago de las deudas, el respeto a ciertas jerarquías, entre otras; lo que está en juego es mucho: la infraestructura empresarial, sus fortunas, su libertad y en últimas la integridad personal y la de sus seres queridos. Por todo esto, la instrumentalización de la violencia por estas redes, es presentada aquí como una acción planificada,  estratégica sistematizada e inteligente.

Si bien, en el contexto de ilegalidad, los narcotraficantes tienen que tomar la ley en sus manos para protegerse de sus adversarios sociales y estatales. En este texto se señala que decidir no pagar las deudas, filtrar información privilegiada, apropiarse de mercancía ajena y  la competencia desleal son las principales razones de las represalias violentas que se gestan en el mundo del narcotráfico.

Como se observó en el texto, al analizar los llamados “ajustes de cuentas” desde una perspectiva sociocultural, se rastrean no sólo los sentidos que sobre la muerte se construyen en el mundo de vida del narcotráfico, sino también la forma en que la violencia asociada al narcotráfico es representada por los medios de comunicación y las formas ritualizadas de las muertes asociadas al narcotráfico.

Finalmente es importante señalar que si bien el análisis que aquí se presenta corresponde al caso particular del Estado de Baja California, no se debe desconocer que el fenómeno del narcotráfico corresponde a una lógica global. Por lo tanto, para comprender la dinámica nacional e internacional del narcotráfico será necesario contar con estudios que analicen las configuraciones locales del fenómeno.

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[1] Actos de violencia física dirigidos a miembros de las redes de comercialización de drogas ilegales que de alguna forma han quebrantado los pactos en sus transacciones económicas.

[2] Sin embargo, aunque éste ha sido un hecho documentado en varias entrevistas, también se han documentado casos de organizaciones mas pequeñas que no necesitan tener cuerpos de “seguridad” ni emplear la violencia, son en general organizaciones pequeñas, que no están destinadas a durar mucho tiempo, solo unos cuantos viajes, mientras consiguen los recursos necesarios para enriquecer y luego se retiran.

[3] Estas fotografías representan asesinatos asociados al narcotráfico, perpetuados en Baja California en los últimos cinco años y recolectadas gracias a la colaboración de fotoreporteros de los principales periódicos y semanarios del Estado.

[4]  Balas de armas de gran calibre, generalmente designadas como uso privativo del ejército

* Este texto fue publicado en la Revista Sinaloense de Ciencias Sociales. Arenas. Numero 10. Invierno del 2007. Universidad Autónoma de Sinaloa. Mazatlán. ALMARGEN reproduce el escrito original con autorización de su autora (martes 27 de febrero de 2007).

** Lilian Paola OvalleMaestra en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Baja California y Licenciada en Psicología por la Pontificia Universidad Javeriana de Cali Colombia.  En la actualidad es Investigadora de tiempo completo del Centro de Investigaciones Culturales de la Universidad Autónoma de Baja California, y desempeña sus labores en la línea de investigación de Cultura Urbana y Representaciones Sociales. Dentro de esta línea, se ha especializado en estudiar los procesos socioculturales derivados del narcotráfico.

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